
1. La relación entre Lucas 15 y 16, el mensaje para los perdidos y para los ricos
En Lucas 15, Jesús enfatiza la compasión y el perdón de Dios hacia los “perdidos” mediante las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. En estas parábolas, la búsqueda diligente de la oveja extraviada y de la moneda perdida refleja la pasión y el gozo de Dios Padre al buscar las almas perdidas. En particular, la parábola del hijo pródigo describe cuán fácilmente el ser humano puede abandonar la casa del Padre y caer en la depravación, pero también muestra la esperanza de que siempre habrá un camino de regreso. El hijo malgastó la herencia en un país lejano, pero, cuando ya no encontraba salida y sufría de hambre y miseria, entonces recordó a su padre. Al volver a casa, el padre lo recibe con alegría, mostrando de manera conmovedora cuán grande y amplio es el perdón de Dios.
Si Lucas 15 expone la misericordia y el amor de Dios hacia los “perdidos”, el capítulo siguiente, Lucas 16, dirige un mensaje de advertencia a los “ricos”, es decir, a quienes poseen algo. En el capítulo 15, se hace hincapié en la inmensa compasión y tolerancia del Padre para con el hijo pródigo y en cómo el amor de Dios abarca a todos, incluso a los excluidos o a los que se han alejado. Luego, en el capítulo 16, se aborda de manera concreta cómo quienes han “aprendido esa compasión” deben usar la riqueza cuando tienen algo en sus manos. Es decir, después de mostrar el “gran corazón de Dios”, ahora se enseña cómo actuar ante la posesión real de “bienes”.
En Lucas 16 aparecen la parábola del mayordomo infiel (o “injusto”) y la historia del rico y Lázaro, ambas dirigidas a quienes “tienen”. En la parábola del rico y Lázaro, el rico sufre tormento en el infierno por no haber atendido a Lázaro, y en la del mayordomo infiel, se muestra cómo un administrador que despilfarraba los bienes de su señor, al actuar con astucia, recibe al final una alabanza inesperada. Ambas enseñanzas nos invitan a reflexionar sobre nuestra actitud frente a los bienes y al dinero.
No obstante, muchos lectores de Lucas 16 consideran que ese mensaje va dirigido solamente a aquellos que poseen gran riqueza y, al no verse a sí mismos como tales, piensan que “este pasaje no aplica a mí”. Pero las parábolas de Jesús no se limitan únicamente a los multimillonarios. Se dirigen a todo aquel que, de alguna manera, “administra algo”; todos somos mayordomos, porque cualquiera que haya recibido de Dios algún don, talento, oportunidad o autoridad se ubica en esa posición. El pastor David Jang recalca este punto: “Todos, de una u otra forma, somos mayordomos de algo que Dios nos ha dado; no se trata solo de si tenemos mucho dinero o no”. Por lo tanto, independientemente de la cantidad de recursos que poseamos, debemos reconocer que todo lo que hoy tenemos o administramos nos ha sido delegado por Dios. Y, a la luz de Lucas 15, debemos observar cuidadosamente cómo la “compasión y la generosidad” se amplían en Lucas 16 hacia la “actitud frente a los bienes”.
Lucas 15 y 16 están íntimamente vinculados por esta razón. El capítulo 15 subraya el amor y el perdón infinitos de Dios Padre hacia todos los excluidos, los marginados y aun el hijo pródigo. Y Jesús, al mostrarnos ese amor, insiste en que nosotros también debemos tener el mismo sentir hacia los demás. Luego, en el capítulo 16, se plantea de manera directa la cuestión práctica: “Si ustedes tienen algo, ¿cómo lo van a utilizar?”. De alguna forma, lo aprendido en el capítulo 15 no debe quedarse en el ámbito teórico o en meras palabras, sino que debe concretarse en el capítulo 16, en la vida cotidiana y en el uso de los bienes.
El pastor David Jang enfatiza esta conexión diciendo: “Mientras cumplimos la misión de buscar a los perdidos, también debemos usar, conforme a la voluntad de Dios, los recursos, el tiempo, los talentos y las relaciones que tenemos en nuestras manos. En el capítulo 15 hemos aprendido el corazón del Padre hacia el hijo pródigo; en el 16, Jesús nos desafía a que también usemos la ‘propiedad de Dios’ con ese mismo corazón”. Esto va más allá de simples mandatos normativos como “cuida bien de los demás” o “no ignores al necesitado”; abarca, sobre todo, la forma en que administramos los recursos, los talentos y la autoridad que poseemos.
En Lucas 15, el hijo pródigo simboliza a los “perdidos”. Este hijo no gana su herencia con su propio esfuerzo, sino que recibe el patrimonio del padre y lo malgasta hasta caer en bancarrota. Sin embargo, en su miseria, al menos recuerda a su padre y descubre que aún existe un camino abierto para volver. Al regresar, el padre no se detiene a recriminarle detalladamente sus pecados; simplemente celebra que “ha vuelto el que estaba muerto y ha revivido”. Es un mensaje central del evangelio: incluso el más alejado y depravado puede experimentar el perdón y el amor de Dios.
El capítulo 16, en contraste, se dirige a los que no están perdidos en ese sentido, sino que poseen o administran algo, completando así la enseñanza. Todo el que ha llegado al capítulo 15, entiende que “soy alguien amado por Dios Padre”, pero esto no implica que todos gocen de abundancia económica. Mientras tanto, el capítulo 16 plantea: “¿Qué harías si llegaras a ser rico? O si ya administras algo como un mayordomo, ¿cómo vas a vivir?”. Enseña la importancia de usar correctamente los bienes y de administrar, a la manera de Dios, todo lo que se nos ha confiado: tiempo, salud, talento, relaciones, cargos, etc. Ese es el eje principal de Lucas 16.
Además, el pastor David Jang explica que estas palabras de Lucas 16 se dirigen, en primer lugar, a los creyentes de la Iglesia, y que no debemos limitarnos a pensar en “ricos” como magnates seculares o multimillonarios codiciosos. En realidad, dentro de la Iglesia, nadie puede decir: “No tengo absolutamente nada”. Cada creyente, sin excepción, ha recibido alguna clase de gracia y bienes de Dios para administrarlos. Así pues, este pasaje se aplica a todo cristiano de manera directa.
Al final de Lucas 15, el hermano mayor, que había permanecido en casa sirviendo fielmente, siente descontento cuando ve la fiesta que se celebra en honor de su hermano menor. Su pensamiento era: “He sido tan obediente, ¿por qué mi padre hace una fiesta para mi hermano que lo ha malgastado todo?”. Esta escena nos obliga a hacernos preguntas serias antes de entrar al capítulo 16: “¿Realmente poseo el corazón del Padre hacia mi hermano y hacia quienes me rodean? ¿No tendré una idea equivocada sobre ‘mi parte’, ‘mis bienes’? ¿Hasta qué punto mis deseos y mi propio sentido de justicia están distorsionados por mi egoísmo?”. Estas cuestiones conectan directamente con el tema de la “conciencia de mayordomía” que se aborda en Lucas 16.
Así, Lucas 15 nos enseña la “misericordia y el amor abundante de Dios”, mostrándonos qué implica esa compasión. Luego, Lucas 16 se convierte en una “guía de aplicación práctica” sobre cómo llevar esa compasión a la vida real, en el manejo de los bienes y en nuestra conducta cotidiana. El pastor David Jang subraya la importancia de no perder de vista este contexto, pues muchos se sienten conmovidos por la gracia que se ve en el capítulo 15, pero se incomodan o evitan el capítulo 16, donde se ponen sobre la mesa la advertencia y el juicio contra el mal uso de los bienes. Sin embargo, si no aplicamos lo aprendido en Lucas 15 a nuestra vida tangible en Lucas 16, terminaríamos quedándonos con solo “la mitad” de la enseñanza de Jesús.
La verdadera conclusión del capítulo 15, esto es, “la compasión y la gracia hacia los perdidos y excluidos”, debe manifestarse en el capítulo 16, en la forma en que usamos nuestro dinero, recursos, relaciones y cargos. Por ello, no es recomendable leer estos dos capítulos de manera separada, sino entenderlos como un continuo, donde se integran de forma armoniosa. De este modo, la enseñanza de Jesús se vuelve más clara y, sobre todo, más aplicable a la vida diaria.
En conclusión, la conexión entre Lucas 15 y 16 muestra un flujo natural en el texto bíblico: parte de “la misericordia de Dios para con los perdidos” y llega a “cómo los que poseen bienes, o los mayordomos, deben ejercer esa misericordia en la práctica”. El pastor David Jang afirma que esto constituye “el punto de encuentro entre el principio del reino de Dios y la vida real”. El principio del reino de Dios está basado en la compasión y el amor. Y la vida real es el ámbito donde usamos nuestro tiempo, talento y recursos. Jesús deja claro que estos dos aspectos no pueden separarse, y por eso nos presentó en Lucas 15 y 16 un mensaje unificado para que podamos encarnar los valores del reino de Dios en el día a día.
2. La parábola del mayordomo infiel y la aplicación de la vida de mayordomía
La parábola del “mayordomo infiel” de Lucas 16:1-13 es considerada una de las más difíciles de interpretar en toda la Biblia. Especialmente el versículo 8, donde Jesús dice que el señor “alabó al mayordomo injusto por haber actuado sagazmente”, ha planteado muchos interrogantes: “¿Por qué alabar a alguien que comete una injusticia?”. Para entender bien esta parábola, debemos preguntarnos qué es exactamente lo que se alaba y cuál es, en última instancia, el mensaje principal para nuestra vida.
El argumento de la parábola es sencillo: un hombre rico tenía un mayordomo, pero le llegaron noticias de que este administrador estaba malgastando sus bienes. Entonces, el amo lo llama y le dice: “¿Cómo es que oigo esto de ti? ¡Ya no podrás seguir de mayordomo!”. Ante el aviso de despido, el mayordomo se pregunta cómo sobrevivirá. Se dice a sí mismo: “Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza”. Tras mucho pensar, convoca a los deudores de su amo y les reduce la deuda: al que debía cien barriles de aceite, le dice que escriba cincuenta; al que debía cien medidas de trigo, que escriba ochenta, etc. Desde luego, está practicando otro tipo de injusticia, pues sin autorización del señor vuelve a disminuir las cantidades adeudadas.
Lo sorprendente es que en el versículo 8, Jesús comenta: “El señor alabó al mayordomo injusto por haber actuado sagazmente”. ¿Significa esto que el amo aplaude la injusticia cometida? ¿O hay algún rasgo concreto que se está elogiando? Por lo general, la interpretación converge en que el señor “no alaba la injusticia en sí, sino la sagacidad con la que el mayordomo enfrentó la situación”. Con otras palabras, aunque su conducta sea incorrecta, supo “prever y moverse con rapidez” para asegurarse un futuro. Y Jesús concluye: “Porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz” (Lc 16:8). Es decir, “Si incluso la gente del mundo actúa con rapidez e inteligencia cuando afronta una crisis, ¡cuánto más deben hacerlo los que son parte del reino de Dios!”.
Ahora bien, ¿hacia dónde debe orientarse esa “sabiduría” de la que habla Jesús? El siguiente versículo (16:9) aclara el panorama: “Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, ellos os reciban en las moradas eternas”. Esto no es una justificación de la conducta del mayordomo. Más bien es una invitación a usar los bienes terrenales para hacer el bien al prójimo y reflejar así los valores del reino de Dios. Dicho de forma sencilla: “Los bienes de este mundo no son eternos; antes de que desaparezcan, úsalos para bendecir a otros y para honrar al reino de Dios. Entonces, cuando llegues al cielo, te recibirán aquellos a quienes ayudaste y amaste”.
Para el pastor David Jang, este es el corazón de la “conciencia de mayordomía”. “No somos dueños eternos de nuestras posesiones, sino administradores que solo las gestionamos temporalmente. Por tanto, en vez de acumular o despilfarrar, debemos utilizarlas para mostrar amor y compasión, para que, cuando estemos finalmente ante Dios, recibamos Su aprobación”. Además, podemos ver que la parábola enseña la necesidad de una “acción decidida”. El mayordomo, aunque de manera injusta, actuó con inmediatez y astucia. Jesús señala esa “rapidez en la toma de decisiones” como un rasgo de sabiduría. Pero, en nuestro caso, debemos actuar con integridad y conforme a la voluntad de Dios.
En los versículos 10 y siguientes, Jesús dice: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”. En otras palabras, si no somos fieles en el uso del dinero o los bienes (lo “poco”), Dios no nos confiará las “verdaderas riquezas” de valor eterno. El pastor David Jang explica: “La actitud hacia el dinero revela nuestra espiritualidad. Pensar que el dinero es un asunto meramente secular, ajeno a lo espiritual, es un gran error. Dios vigila cómo administramos lo que se nos ha dado, y, dependiendo de ello, puede otorgarnos más responsabilidad espiritual o quitárnosla”.
El versículo 12 añade: “Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?”. ¿Qué es “lo ajeno”? Como se ha mencionado, todos los bienes y posesiones en realidad le pertenecen a Dios; nosotros somos simplemente mayordomos de algo que no es nuestro. Por tanto, aferrarnos a la idea de “esto es mío” es un engaño. Jesús subraya: “No podéis servir a Dios y a las riquezas” (16:13). Servir al dinero implica comportarnos como si fuera nuestro señor o como si tuviéramos un control absoluto sobre él. Pero el mayordomo nunca puede sobrepasar al dueño ni usar los recursos fuera de Su voluntad.
Así pues, la enseñanza de la parábola se resume en tres puntos principales:
- En medio de este mundo, debemos vivir con “sabiduría”. No podemos ser irresponsables o ingenuos con lo que se nos ha confiado.
- Esa sabiduría debe alinearse con los valores del reino de Dios. La astucia usada para fines egoístas es injusta, pero, usada para bendecir a otros y honrar a Dios, es digna de alabanza.
- Un día tendremos que rendir cuentas de lo que administramos, ya que en el fondo no es nuestro. Este principio se aplica a todas las áreas: relaciones, finanzas, talentos, tiempo, etc.
No debemos quedarnos únicamente en la exégesis de la parábola; lo esencial es cómo traducirla a nuestra vida y a la vida de la iglesia. El pastor David Jang hace hincapié en esto: “Si diriges una empresa, posees algún patrimonio o ejerces un liderazgo, recuerda que eres solo un mayordomo de lo que Dios te ha confiado. No seas como el mayordomo infiel que despilfarró los bienes de su señor. Sé, más bien, un mayordomo sabio y justo, que con amor, generosidad y un gran sentido de responsabilidad cuide de las personas y de los recursos que Dios puso bajo su cuidado”.
Para aplicar la misericordia aprendida en Lucas 15, es imprescindible que “usemos sin avaricia los recursos que poseemos”. Para parecernos al Dios que busca a los perdidos y acoge a los marginados, necesitamos usar de manera generosa el dinero, el talento, el tiempo y nuestras relaciones. Si pensamos que “es mío” y lo retenemos con egoísmo, cerraremos nosotros mismos la puerta a la posibilidad de manifestar la compasión de Dios. Hemos de sustituir la mentalidad de “Esto lo gané con mi esfuerzo; lo gastaré como me parezca” por la de “Todo viene de Dios, así que, ¿cómo puedo usarlo para agradarlo a Él?”.
El pastor David Jang enfatiza: “Tarde o temprano llega el momento en que Dios nos dice: ‘Devuélveme lo que te presté’. Puede suceder que perdamos nuestros bienes, la salud o que simplemente enfrentemos la muerte y dejemos atrás todo lo que teníamos en esta tierra. Ese día se revelará cómo hemos usado nuestros recursos. Por eso, ahora que disponemos de tiempo, seamos mayordomos sabios que, anticipando la ‘rendición de cuentas’, usamos con inteligencia nuestras posesiones y oportunidades”.
Asimismo, podemos aprender sobre la importancia de la “generosidad” a través del hecho de que el mayordomo infiel redujo la deuda de los acreedores. Aunque lo hizo con una motivación equivocada y mediante un acto ilícito, Jesús aprovecha ese ejemplo para enfatizar el valor de “aliviar la carga de los demás” con lo que administramos. Naturalmente, Jesús no está aprobando la injusticia en sí, sino destacando que “usar lo que no es tuyo para mostrar benevolencia hacia otros” es digno de elogio ante Dios. De forma paradójica, esa parte de la historia subraya que “lo que poseemos (o administramos) puede emplearse para hacer más llevadera la vida de la gente que nos rodea”, y esto agrada al Señor, siempre y cuando se haga rectamente.
Si trasladamos este principio a la vida de la iglesia, vemos que todo aquel que maneja las finanzas de la congregación, que ejerce liderazgo en el servicio o la enseñanza, o que ostenta un cargo de influencia social, debe reflexionar sobre cómo “aliviar las deudas” y “dar vida” a través de lo que se le ha confiado. Puede que a veces surja el pensamiento: “He trabajado duro para llegar hasta aquí; ¿por qué tendría que gastar mis recursos en beneficio de otros?”. Sin embargo, Lucas 16 nos recuerda enfáticamente: “En realidad, nada es tuyo; Dios puede retirártelo en cualquier momento. Así que, mientras lo administras, úsalo para el bien de los demás, y recibirás la verdadera alabanza”.
Jesús concluye en el versículo 13: “No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Servir al dinero significa convertirlo en el objetivo final, relegando a Dios a un segundo plano. Cuando el dinero se convierte en un ídolo, la persona se dedica por completo a “acumular más”, dejando de lado la voluntad de Dios. Sin embargo, el dinero no puede ser nuestro fin último; su verdadero sentido se halla cuando lo usamos como herramienta al servicio del reino de Dios. El pastor David Jang advierte: “A menudo, los conflictos financieros en la iglesia o los problemas entre los creyentes nacen del apego a la propiedad y los derechos, que a fin de cuentas surgen de nuestra obsesión con ‘lo que es mío’. Pero, si recuperamos la conciencia de la mayordomía, podemos superar tales divisiones y hacer que nuestras posesiones sirvan como vía para extender el evangelio”.
La historia del “mayordomo infiel” nos recuerda que Dios observa cada uno de nuestros días, viendo cómo tratamos a los demás, qué hacemos con nuestro tiempo y oportunidades, cómo usamos nuestro dinero y de qué manera ejercemos nuestra autoridad. Podemos celebrar cultos solemnes y estudiar la Biblia con fervor, pero si somos injustos y codiciosos al administrar nuestras finanzas, nuestra fe carecerá de fundamento real. Dios no solo evalúa nuestra adoración, sino también nuestro “manejo de la cartera”, “modo de gastar”, “forma de comerciar”, “trato a los débiles”, y lo juzga todo a la luz de lo que es justo ante Sus ojos.
La “astucia” que Jesús alaba en el mayordomo infiel nos desafía, hoy también, a preguntarnos cómo “mostraremos compasión, prepararemos el futuro e invertiremos en el reino de Dios” con lo que poseemos. Cuando llegue el fin de nuestra vida, o cuando estemos ante el tribunal de Dios, la sabiduría y las acciones que hayamos mostrado brillarán como un testimonio. Por eso, debemos ser mayordomos que “dan generosamente” y “son fieles en lo poco”, a fin de vivir en la línea de la compasión aprendida en Lucas 15 y la conciencia de mayordomía expuesta en Lucas 16. El pastor David Jang lo resume así: “Al igual que el hijo pródigo puede recibir un amor abundante al volver al Padre, nosotros, que hemos recibido ese amor, tenemos la responsabilidad de extender la misma gracia y misericordia a través de todos los recursos y oportunidades que nos ha confiado”.
Por tanto, la lección de la parábola del “mayordomo infiel” no es “haz lo que sea para obtener ventaja”, sino: “Recuerda que lo que administras no es tuyo; sé generoso y actúa con sabiduría. De ese modo, cuando debas entregar tu mayordomía, Dios te recompensará con bienes verdaderos y eternos”. Cuando Jesús dice que “los hijos de este siglo son más astutos que los hijos de luz”, está advirtiendo a los creyentes sobre la necesidad de manejar con claridad y valentía el dinero y los recursos. Si nos dejamos encandilar por la riqueza terrenal, nunca seremos mayordomos fieles. Pero, si integramos en nuestra vida los principios del capítulo 15 (el corazón del Padre) y del capítulo 16 (la conciencia de mayordomía), Dios podrá bendecir a muchos a través de nosotros y finalmente nos concederá gozo eterno en Su morada.
En definitiva, esta parábola nos enseña la esencia de la “vida de mayordomía” según la perspectiva divina. El pastor David Jang afirma que la conexión entre Lucas 15 y 16 constituye “un estilo de vida completo que Dios quiere enseñarnos”. No basta con comprender el amor y el perdón divinos hacia los perdidos; debemos convertirlos en realidad concreta en la administración de nuestros bienes y nuestros cargos. Solo así cumplimos el propósito original de Jesús. Y, al hacerlo, podemos mirar con esperanza la “recompensa celestial”. Todos hemos de abandonar este mundo en algún momento, dejando atrás nuestras posesiones, y lo único que quedará serán los frutos del amor y el testimonio de cómo vivimos para el reino de Dios. “La vida de mayordomía exige frutos palpables y reales”, dice Jesús a través de Lucas 15-16; y ese mensaje sigue resonando hoy, desafiándonos a examinar si estamos viviendo realmente como “mayordomos fieles” ante los ojos de Dios.