
- El contraste entre Esaú y Jacob
El capítulo 25 de Génesis, sobre el que predicó el Pastor David Jang, es un pasaje muy importante que muestra cómo nacieron los dos hijos de Isaac —y nietos de Abraham—, Esaú y Jacob, y cómo sus vidas tomaron rumbos divergentes. Si observamos este texto, vemos la historia de Esaú, quien poseía la primogenitura, y de Jacob, quien, aunque nació detrás de Esaú, terminaría recibiendo finalmente la bendición del primogénito. En la sociedad nómada del antiguo Cercano Oriente, el primogénito ocupaba una posición crucial para liderar al clan, heredaba gran parte de las posesiones y ejercía un papel simbólico como guía espiritual y moral de la familia. Por eso, la manera en que se entiende la primogenitura, así como la forma de conservarla o perderla, constituye un relato cargado de dramatismo, que hoy día también nos deja importantes enseñanzas.
Desde su nacimiento, Esaú y Jacob muestran rasgos contrastantes. Esaú nació con la piel rojiza y cubierto de vello, razón por la cual más tarde recibió el apodo de “Edom” (que significa “rojo”). Él era diestro en la caza y se desenvolvía activamente en los campos. Por su parte, la Biblia describe a Jacob como alguien relativamente tranquilo, que prefería habitar en las tiendas (Gn 25:27). Pensando en el entorno de los pueblos nómadas, podría decirse que Esaú tenía el “perfil típico de un primogénito”, pues obtenía alimentos cazando en el campo para su familia. De hecho, él nació primero que Jacob, por lo cual social y culturalmente le correspondía ser el primogénito. Además, Isaac sentía predilección por Esaú, ya que le gustaba el sabor de la caza que su hijo traía a casa (25:28). Sin embargo, este pasaje demuestra de forma dramática que la primogenitura no depende únicamente de “quién nace primero”.
El momento en que el destino de Esaú y Jacob da un giro decisivo se ve claramente a partir de Génesis 25:29. Esaú, que volvía exhausto de cazar, estaba muy cansado y pidió un plato de “aquello rojo” que Jacob había cocinado (25:30). Aquí es necesario prestar atención a la actitud de Jacob. Aunque la Biblia lo presenta como alguien tranquilo que permanecía en la tienda, parece evidente que su interés por la bendición y la primogenitura era muy grande. Probablemente, mientras Esaú se afanaba por proveer alimento a la familia cazando, Jacob dedicaba su tiempo dentro de la tienda a lo que podía hacer, preparándose y observando. Por eso, cuando Esaú le suplicó que le diera de ese “guiso rojo”, Jacob no se limitó a complacerse en darle comida; fue más allá y exigió a cambio la primogenitura. No parece que esta propuesta haya surgido de improviso. Tal vez Jacob había estado acechando la oportunidad durante mucho tiempo. Y al fin, en el momento crucial, cuando Esaú estaba extremadamente hambriento y fatigado, Jacob reclamó su derecho a la primogenitura.
La frase de Esaú, “He aquí, me voy a morir; ¿de qué me servirá la primogenitura?” (25:32), fue la expresión imprudente que marcó su destino. Puede que en un sentido humano sintamos cierta compasión por Esaú, tan hambriento y exhausto tras la cacería. Pero la Biblia dice acerca de ese suceso: “así menospreció Esaú la primogenitura” (25:34). Ante la necesidad inmediata de saciar su hambre, Esaú descartó sin más uno de los valores espirituales e históricos más preciados. Aquí surge la pregunta: “¿Cuán valiosa consideraba Esaú la primogenitura?”. La primogenitura no era solo el derecho a heredar bienes o a representar a la familia de forma simbólica; en el contexto de Génesis, también implicaba heredar el pacto de Dios, la bendición comenzada con Abraham. Con todo, Esaú entregó aquel valioso derecho a cambio de un simple plato de guiso rojo para mitigar su hambre.
Para Jacob, la primogenitura era de suma importancia. Tenía una fuerte determinación de no dejar escapar la bendición. Es verdad que, desde el punto de vista moderno, la actitud de Jacob puede leerse como un engaño a su hermano. Más adelante, cuando Isaac, ya anciano y con la vista débil, pretendía dar la bendición final, Jacob se disfrazó de Esaú siguiendo el consejo de Rebeca y recibió así la bendición de su padre (Gn 27). A ojos humanos, esto puede calificarse de astucia o incluso fraude. Pero en el conjunto del libro de Génesis, este hecho demuestra la profunda añoranza de Jacob por la intervención y la obra de Dios en su vida.
El Pastor David Jang destaca en su predicación de este pasaje que la historia de Dios no se decide por un “fatalismo” inalterable, sino que pasa por un proceso claro de elección y determinación. Aunque Esaú tenía el “título” de primogénito, si en su interior no había disposición para heredar el pacto de Dios y las bendiciones familiares, esa bendición podía pasar a otra persona. En contraste, si alguien aparentemente carente de grandes habilidades o atractivo personal, como Jacob, valora la bendición de Dios y la persevera con toda su pasión y decisión, entonces el obrar de Dios puede manifestarse en él.
Esta posibilidad de que “quien fue bendecido pierda la bendición y quien parecía no tenerla la reciba” nos lleva a examinar diariamente nuestra postura espiritual. Puede verse como si Esaú hubiera vendido su primogenitura por un único error momentáneo, pero quizás su actitud interior respecto a la primogenitura ya estaba degradada. Jacob, mientras tanto, cuidaba la tienda y preparaba el guiso: era quien permanecía cuidando “el hogar de la familia”. La Biblia no describe detalladamente qué pensaba Jacob en ese tiempo en que Esaú estaba en el campo. Sin embargo, se deduce que Jacob tenía un gran interés por la primogenitura, el cual se reveló en ese “instante determinante”.
También en nuestro peregrinaje de fe de hoy, se presentan situaciones similares. A veces parece cuestión de “destino” que todo cambie repentinamente, o que “mi derecho legítimo” no se cumpla. Pero la Biblia no lo atribuye solo al destino, sino que explica que en esos sucesos inciden nuestras decisiones y Dios actúa en consecuencia. Así como Esaú sucumbió a su hambre momentánea, nosotros también con frecuencia podemos desechar lo espiritual por ceder a la tentación o a la necesidad tangible del presente. Aunque tengamos mucha hambre y pensemos que “podríamos morir”, el ejemplo de Jacob nos enseña que es vital mantener la confianza en el pacto de Dios.
El Pastor David Jang insiste en que no malinterpretemos este relato. Probablemente Jacob no preparó un solo plato de lentejas con la intención de engañar a Esaú, sino que, durante largo tiempo, se había dedicado a cuidar la tienda, a sostener a la familia y, dentro de sus posibilidades, habría esperado “su oportunidad”. Es posible que Esaú, por su parte, no solo estuviera agotado y hambriento en un momento puntual, sino que ya arrastraba un hábito de despreciar la bendición de Dios. Por ello, la Biblia no narra solo que “Jacob engañó a su hermano para robarle la bendición”, sino que recalca claramente: “así menospreció Esaú la primogenitura”. En esta afirmación se ve la justicia divina: la bendición no se otorga a quien no valora ni asume la responsabilidad espiritual que conlleva. Si no se tiene la preparación ni la actitud debida para heredar la bendición, esta acaba pasando a otro.
El comportamiento de Esaú y Jacob en torno a la primogenitura no afectó únicamente sus vidas personales. Afectó a todo un pueblo y, en última instancia, se conectó con el plan de salvación de Dios para la humanidad. Que Jacob pasara a ser llamado “Israel” y se convirtiera en el padre de las doce tribus no fue casualidad. A través del contraste entre Esaú y Jacob queda patente que el pacto de Dios no se basa únicamente en la apariencia externa de “quién es el primogénito”, sino en quién lucha y guarda con esmero ese tesoro espiritual.
Hoy día también se nos presenta cotidianamente la disyuntiva “entre ser Esaú o ser Jacob”. ¿Cederemos como Esaú ante el hambre o la tentación instantánea, despreciando la primogenitura y vendiéndola como si fuese algo sin valor? ¿O nos aferraremos a las promesas de Dios y permaneceremos fieles aunque pasemos hambre y dificultades? Ese es el interrogante que debemos plantearnos. Y la actitud o determinación no surge de la nada, sino que se forja en nuestros hábitos diarios y en nuestra postura de fe. Es lo que finalmente “determina nuestro destino”. Pero, si somos precisos, no es un destino fatalista, sino una obra de Dios que se produce mediante nuestra decisión activa.
De esta forma, Gn 25:27-34 nos brinda una pista para responder a la pregunta: “¿A quién le corresponde la obra salvadora de Dios?” Jacob puede parecer astuto o engañador, pero en lo profundo de su ser ardía el deseo de no dejar escapar la bendición de Dios. Esaú, en cambio, solo se centró en satisfacer su apetito momentáneo, y por ello perdió lo que era más valioso. Nosotros, como cristianos, también nos vemos a diario ante esta misma encrucijada. Tal como indica el Pastor David Jang, si no soltamos los valores espirituales, podremos participar de la bendición que recibió Jacob.
- La obra de Dios y la sucesión de la fe
Cuando Esaú renunció a su primogenitura por el hambre, Jacob adquirió el título de primogénito. Pero ahí no terminó todo. Necesitaba no solo el título, sino la bendición efectiva que vendría de los labios de Isaac. Por eso Jacob y Rebeca volvieron a tomar una decisión drástica. Cuando Isaac, ya con la vista debilitada, mandó a Esaú a cazar y preparar un guiso delicioso, Rebeca actuó con rapidez e instó a Jacob a preparar un guiso con cabritos. Jacob se vistió con las ropas de su hermano y cubrió sus brazos con piel para engañar a Isaac (Gn 27). Desde una perspectiva humana, está claro que esto fue un engaño. Sin embargo, Dios usó incluso este proceso como “el medio para que la bendición recayera en Jacob”.
El Pastor David Jang presta especial atención al estado interior de Jacob en este episodio. Jacob no era velludo como Esaú. Ante la propuesta de Rebeca, temió ser descubierto y maldecido por su padre (Gn 27:12). Al final, aunque tenía miedo, obedeció a su madre y actuó. Así vemos que Jacob era alguien con muchas debilidades. No era un hombre resuelto y valeroso desde el principio. Pero tenía un punto fuerte: su apego inquebrantable a la bendición.
Un factor fundamental aquí es la ayuda de Rebeca. Jacob logró recibir la bendición no gracias a su sola astucia o esfuerzo, sino gracias a la intervención sabia de Rebeca. Esto es análogo a la “transmisión de la fe” en una comunidad espiritual. Cuando un nuevo creyente llega a la iglesia, sin la guía y el apoyo de hermanos o líderes con más experiencia, su crecimiento se dificulta. Si Jacob no hubiera contado con la sabiduría de su madre, quizás ni siquiera habría intentado suplantar a su hermano, o podría haber sido descubierto y castigado. Sin embargo, con la ayuda de Rebeca, Jacob logró obtener la bendición.
Puede surgir la pregunta: “¿Por qué la obra de Dios se lleva a cabo de manera tan engañosa?”. Pero la Biblia muestra repetidamente que Dios interviene incluso en la historia llena de errores y pecados humanos, y a través de situaciones complejas —como el error de Esaú, la obstinación de Jacob, la parcialidad de Rebeca e Isaac—, hace que el pacto se cumpla finalmente en Jacob.
¿Por qué Esaú cometió tal imprudencia? Génesis 25:34 lo expresa con claridad: “así menospreció Esaú la primogenitura”. Esta frase describe su estado espiritual indiferente. Más adelante, cuando descubre que Jacob ha recibido la bendición de su padre, llora pidiendo a Isaac que también lo bendiga (Gn 27:34), pero ya es demasiado tarde. Desde el momento en que vendió su primogenitura y, definitivamente, desde que Isaac pronunció la bendición sobre Jacob, ya no había vuelta atrás. No se puede atribuir meramente a “la elección unilateral de Dios”; la falta de disposición interna de Esaú para recibir y responsabilizarse de la bendición pesa mucho en el desenlace.
Podemos comparar esto con el relato de Caín y Abel en Génesis 4. Ambos nacieron de los mismos padres, pero el conflicto surgió al ofrecer sacrificios a Dios. Caín era labrador y Abel, pastor de ovejas. La Biblia señala que Dios se agradó de la ofrenda de Abel pero no de la de Caín (Gn 4:4-5). Existen diversas interpretaciones sobre el motivo, pero en última instancia, el problema era la actitud de Caín. Dios le advierte: “El pecado está a la puerta, te codicia, pero tú debes dominarlo” (Gn 4:7). Sin embargo, Caín se deja arrastrar por la ira y mata a su hermano Abel. Así pierde también la bendición y se aleja del pacto divino. Hay un paralelismo con Esaú y Caín en cuanto a que ambos eran “hermanos mayores”. Pero los dos tuvieron fallas en su actitud del corazón, perdiendo la oportunidad de ser parte del plan salvador de Dios.
Por otro lado, Abel y Jacob parecen más débiles, pero ante Dios muestran una actitud de fe y un deseo espiritual firme. Especialmente Jacob, quien carecía de cualidades sobresalientes y exhibía un carácter bastante dudoso, sin embargo, se aferró a la promesa y la bendición de Dios con todas sus fuerzas. Esto ofrece un gran aprendizaje para nosotros: ¿cómo puede aquel que recibe la bendición conservarla? ¿En manos de quién deposita Dios su bendición? El Pastor David Jang enfatiza a menudo en sus mensajes que “no existe el fatalismo”. Es decir, nuestra determinación ante Dios y nuestro empeño continuo en actuar y prepararnos son factores decisivos.
En Génesis 25:23, Dios había declarado a Rebeca: “Dos naciones hay en tu seno… y el mayor servirá al menor”. Era una palabra profética dada cuando los gemelos estaban aún en el vientre. Pero no se cumplió de manera automática. Para que esa profecía se materializase, tuvieron que ocurrir acontecimientos acordes y que alguien la abrazara con decisión. Así fue como Jacob compró la primogenitura y obtuvo la bendición de Isaac, convirtiéndose en el receptor de la promesa.
Al examinar nuestra vida de fe actual, debemos preguntarnos si no estamos despreciando la bendición y el pacto de Dios como lo hizo Esaú. ¿Nos conformamos con oraciones rápidas al levantarnos, con asistir a la iglesia de forma rutinaria, o vivimos influidos por deseos mundanos y nos decimos: “De todos modos, soy cristiano y estoy bendecido, nada sucederá”? Esaú, con su “me voy a morir de hambre”, actuó con premura y menospreció la primogenitura. Nuestro contexto no es muy distinto. El dinero, el pan, el éxito, el placer… todas son tentaciones inmediatas que amenazan nuestra fe. En esos momentos hemos de comportarnos como Jacob y aferrarnos al valor eterno, por difícil y dura que sea la prueba presente.
El Pastor David Jang enseña que para tener la determinación de Jacob, nuestro viejo yo debe morir cada día. El apóstol Pablo, al decir “cada día muero” (1 Co 15:31) y “con Cristo estoy juntamente crucificado…” (Gá 2:20), no se refería solo a expresiones espirituales, sino a la verdad que debe plasmarse en nuestro vivir diario. Cuando, día tras día, nos negamos a nosotros mismos, renunciamos a la codicia mundana y decidimos obedecer a Dios, nos convertimos en personas que “no pierden la bendición”. Este proceso no es fácil porque, por naturaleza, somos propensos a idolatrar el dinero y el placer. Pero si en lo profundo de nuestro ser mora la experiencia y el gozo de encontrarnos con Cristo, ya no nos someteremos a las cosas del mundo, sino que viviremos en la libertad y satisfacción que solo se hallan en Él.
No olvidemos que Jacob no era perfecto ni valiente desde el principio. Dependió de la orientación de Rebeca y temblaba de miedo a que su padre lo descubriera. Con todo, no dejó de aferrarse a la bendición y confió en la palabra de su madre. Así, finalmente la bendición fue suya. Esto nos hace pensar en las relaciones dentro de la comunidad de fe. Al acercarnos por primera vez al evangelio, sin la ayuda de mentores o líderes espirituales, nos resultaría muy difícil crecer. Pero lo más decisivo es la pasión personal por la bendición. Aunque Rebeca ayudara a Jacob, si él no hubiera albergado un anhelo genuino por la primogenitura, la bendición no se habría cumplido en él.
Lo más importante de este relato es que no se trata únicamente de “qué comieron ese día”, sino de “qué pusieron como prioridad en la vida”. El error de Esaú no fue simplemente comprar un plato de lentejas, sino que, con ello, “vendió la primogenitura”, es decir, “la oportunidad de heredar el pacto divino”. Y la Biblia no lo describe como algo trivial. De hecho, en Hebreos 12:16 se menciona a Esaú como ejemplo de alguien profano que cambió un don sagrado por un placer momentáneo. Ceder ante un deseo pasajero no es un pecado menor: puede implicar un grave fracaso respecto al plan de Dios.
La victoria de Jacob no radica en grandes logros. Desde el principio no tenía nada extraordinario que mostrar. Pero en el instante decisivo se aferró a la primogenitura y, más adelante, incluso se disfrazó para obtener la bendición de Isaac, tras lo cual tuvo que huir de la ira de su hermano y enfrentar muchas adversidades. Fue durante esa huida que Dios se le reveló en Betel (Gn 28), episodio central para que Jacob llegara a ser el heredero del pacto divino. Esto nos recuerda que la obra de Dios no se consuma “en un solo paso”. Aunque Jacob recibió la bendición, su vida no se volvió fácil de inmediato. Tuvo que dejar a su familia y servir a su tío Labán, pasando múltiples dificultades (Gn 29–31). Pero por medio de esas experiencias, Jacob fue madurando hasta convertirse en “Israel”, el nuevo nombre que Dios le daría.
Lo mismo ocurre con la iglesia actual: edificar la congregación y guiar a la comunidad implica enfrentar el cansancio, problemas financieros, complicaciones organizativas y conflictos interpersonales. Y a menudo nos sentimos tentados: “Ya no puedo más, mejor abandono”. En esos momentos hemos de recordar a Esaú. ¿Acaso por resolver un problema inmediato estamos vendiendo el pacto y la misión que Dios nos confió? Como repite a menudo el Pastor David Jang: “Hasta ahora, por más difícil que fuera, nunca vendimos este evangelio, este pacto, esta historia”. Esta firme convicción debería arraigarse también en nuestra propia vida.
Si fracasamos en mantener la primogenitura, las generaciones venideras podrían preguntarnos: “¿Por qué abandonaron ustedes el pacto y la bendición de Dios tan a la ligera?”. Eso sería un desenlace muy lamentable. Jacob, pese a su debilidad y necesidad, nunca vendió lo que más le importaba. Más bien, exigió: “Júramelo ahora. Véndemela. Júrame delante de Dios”. Con esto vemos cuán intensa y sincera era su postura espiritual.
Génesis 25:27-34 describe un “cruce de destinos”. Por un lado, Esaú, quien era el primogénito natural, cede su derecho a cambio de un guiso rojo y ve cómo su suerte cambia radicalmente. Por otro, Jacob, aunque falto de méritos, modifica ese destino gracias a su deseo espiritual ferviente. Desde luego, si vemos la estrategia de Jacob, no es “ideal” en cuanto a métodos. Pero el propósito principal del texto no es juzgar el método, sino señalar “quién anhelaba de verdad la bendición”.
A través de la predicación del Pastor David Jang, comprendemos que la historia de Jacob no es solo un relato antiguo de conflictos familiares, sino que lanza un gran desafío y enseñanza a nuestra fe presente. Primero, debemos desechar la actitud fatalista. Ni siquiera ser “primogénito” basta para heredar automáticamente la bendición. Del mismo modo, no sirve de nada nacer en una familia cristiana o tener años en la iglesia si no valoramos y defendemos por nosotros mismos la herencia espiritual. Segundo, es fundamental “cuidar la tienda”. Jacob prefería estar en la tienda, atender a la familia; esto simboliza “preservar la obra de Dios” y no alejarnos de Su presencia. Tercero, en el momento clave, debemos tener la audacia de decidir. Tal vez Jacob era callado habitualmente, pero fue osado cuando llegó la oportunidad de recibir la primogenitura y la bendición de su padre. Eso lo llevó a la victoria final.
En todo esto, no podemos omitir el aporte de los “padres espirituales” o “transmisores sabios”. Sin la guía de Rebeca, Jacob ni siquiera habría comenzado el plan, o habría enfrentado mayores riesgos. Lo mismo sucede en nuestra vida eclesial: necesitamos el acompañamiento de líderes y mentores de fe. Sin embargo, la última palabra la tenemos nosotros al aferrarnos a la bendición.
El relato de Jacob muestra que Dios elige y bendice a quien Él quiere, y resalta la inmensa valía de esa bendición. Esta no se limita a bienes materiales o éxitos mundanos, sino que abarca la herencia espiritual y la participación en la obra de salvación que se concreta en Cristo. Esa bendición puede ser despreciada y vendida, como hizo Esaú, o, como Jacob, puede ser perseguida con insistencia. Aunque Jacob parezca astuto, su “decisión y obediencia, junto a la recepción de la sabiduría” hace que el pacto divino brille en su vida.
Ese es el mensaje que el Pastor David Jang reitera. Sea en la iglesia o en la vida espiritual personal, hemos de imitar la tenacidad y la determinación de Jacob. La bendición no llega con facilidad, ni se conserva sin esfuerzo. Exige constancia, paciencia y consagración. Y en medio de todo, hemos de “morir día a día” a nuestra vieja naturaleza, apartándonos de las tentaciones e ídolos. La historia de Jacob trasciende la simple narrativa familiar y cultural de su época, pues encierra una profunda reflexión espiritual.
Esaú, por menospreciar su primogenitura, perdió el enorme legado espiritual que podría haber sido suyo. Jacob, en cambio, aprovechó la oportunidad y llegó a ser Israel, el padre de las doce tribus. Recordar este hecho nos ayuda a no renunciar a los valores espirituales por conveniencia temporal. Y también nos da esperanza: si somos débiles pero albergamos en el corazón el deseo de la bendición, Dios puede usarnos. El relato de Génesis 25 no queda como la crónica de un simple conflicto familiar antiguo; se extiende a la genealogía del Mesías y repercute en la historia de salvación universal. Hoy la iglesia está cimentada en este evangelio, y cada uno de nosotros participa de ese pacto por la fe.
El Pastor David Jang recalca que no se trata de “un destino inexorable”, sino de “una determinación de fe”. Aunque Dios había proclamado de antemano “el mayor servirá al menor”, de no haber acogido Jacob esa palabra profética, el desenlace habría sido diferente. Lo mismo ocurre hoy: aunque tengamos grandes promesas y visiones, si no las abrazamos con pasión y determinación, la bendición pasará a otra persona. Este es el claro mensaje bíblico, que se aplica una y otra vez a nuestro diario vivir.
Así, Génesis 25:27-34, el relato de Esaú y Jacob, nos recuerda dos realidades básicas de la fe. Primero, sucumbir a deseos momentáneos —hambre o placeres mundanos— y menospreciar lo espiritual acarrea pérdidas irreparables. Ni las lágrimas de Esaú le devolvieron lo que había despreciado. Segundo, quien, como Jacob, tal vez parezca débil pero decide no soltar la bendición de Dios, puede convertirse en el canal por el cual se cumpla el pacto, pese a sus limitaciones humanas. Si mantenemos presente estas dos verdades, podremos aferrarnos a las promesas divinas en medio de un mundo inestable.
Al fin y al cabo, cada día se presentan momentos de elección. Frente a esas bifurcaciones, debemos recordar la sabiduría y la determinación de Jacob, así como la guía recibida a través de Rebeca. Debemos estar alertas para no dejarnos fascinar por “lo rojo” que brilla ante nuestros ojos. Y, como explica el Pastor David Jang, la obra de Dios no se da de forma automática, sino que sucede cuando respondemos con fe y decisión. Este es el mensaje más esencial y práctico que nos deja la historia de Esaú y Jacob en nuestro tiempo.