El Concilio de Jerusalén y la Epístola a los Gálatas – Pastor David Jang


I. El Concilio de Jerusalén y la soteriología de la Iglesia primitiva

El Concilio de Jerusalén, descrito en Hechos de los Apóstoles capítulo 15, es un acontecimiento que marcó un hito en la historia de la Iglesia primitiva, con un profundo significado teológico y un punto de inflexión decisivo. La cuestión central giraba en torno a “¿cómo pueden los gentiles participar en la salvación?” y si era “obligatorio cumplir la Ley (especialmente la circuncisión) para ser salvos”. No se trataba solo de una simple controversia doctrinal, sino de una situación que evidenciaba el “conflicto entre la continuidad de la tradición judía y la universalidad del evangelio”, presente desde los inicios de la Iglesia. En este concilio participaron figuras centrales como Pablo, Pedro y Santiago, y concluyeron proclamando que “los gentiles también se salvan únicamente por la gracia de Jesucristo, al igual que los judíos”, sentando así una base sólida para la identidad de la fe cristiana. Este mensaje se convertiría, siglos después, en la esencia redescubierta durante la Reforma Protestante bajo el lema “solo por gracia, solo por fe”. El pastor David Jang procura aplicar fielmente el mensaje soteriológico clave que aportó el Concilio de Jerusalén al contexto de la Iglesia y la misión del siglo XXI, reflejándolo de manera coherente en sus predicaciones, escritos, labores de plantación de iglesias y en la dirección de instituciones teológicas.

La razón directa de convocar el Concilio de Jerusalén fue la aparición de conflictos concretos que Pablo y Bernabé encontraron mientras predicaban el evangelio en regiones gentiles (Galacia, Asia Menor, Antioquía, etc.). Al ver que los gentiles aceptaban el evangelio y se convertían, algunos cristianos de origen judío insistían en que “para ser salvos, primero debían circuncidarse y observar la Ley”. La circuncisión, fuertemente enfatizada durante todo el Antiguo Testamento junto con la idea del “pueblo escogido”, representaba la marca esencial que identificaba al pueblo de Israel. Entre los diversos ritos que estipula la Ley de Moisés, la circuncisión se consideraba clave para sellar la pertenencia al “pueblo del pacto de Dios”. Sin embargo, tanto Pablo como Bernabé, testigos en primera línea, percibían que imponer la tradición judía a los gentiles podía comprometer seriamente la “libertad del evangelio” y, en la práctica, cerraría muchas puertas para la evangelización. Al intensificarse esta preocupación, los líderes principales de la Iglesia se reunieron de forma oficial para discutir el tema.

En Hechos 15:6 se registra que “se reunieron los apóstoles y los ancianos para tratar este asunto”. En la reunión surgió un intenso debate sobre si “¿es requisito indispensable la observancia de la Ley y la circuncisión para que los gentiles sean salvos?” o si, por el contrario, “¿la fe en la cruz y la resurrección de Jesucristo basta para la salvación?”. La Iglesia primitiva estaba compuesta, en gran parte, por conversos del judaísmo al cristianismo, por lo que seguían arraigados ciertos hábitos culturales y religiosos. Era natural para ellos creer que “la observancia de la Ley tal como aparece en el Antiguo Testamento es la vía más segura de obedecer la voluntad de Dios y vivir en piedad”. La circuncisión, pilar de esa tradición, se consideraba imprescindible para la verdadera participación de los gentiles en la salvación, por lo que se veía lógico exigir a estos “pasar por el mismo proceso que el pueblo de Israel”.

Sin embargo, Pablo, Bernabé y los apóstoles que impulsaban la misión entre los gentiles se aferraron a la esencia del evangelio: “la salvación se fundamenta por completo en la gracia de Jesucristo, y en el momento en que, mediante la fe, aceptamos esa gracia, participamos del perdón de los pecados y de la nueva vida”. Su énfasis no pretendía menospreciar o destruir la Ley, sino aclarar que el “núcleo de la salvación” no reside en la Ley, sino en la cruz de Jesucristo. La circuncisión y la observancia de la Ley no pueden ser condiciones de salvación; la verdadera “justicia” anunciada en el Antiguo Testamento se ha cumplido en Jesús. Como se ilustra en las epístolas paulinas (especialmente en Gálatas y Romanos), este principio de “justificación por la fe” sirvió de fundamento para que la Iglesia primitiva trascendiese los límites del judaísmo y extendiese el evangelio a todo el mundo.

Durante el concilio, Pedro tomó como ejemplo el episodio de Cornelio (Hechos 10). Aun siendo judío, Pedro experimentó la obra del Espíritu Santo en la casa de un gentil como Cornelio, comprendiendo así que “Dios ya había abierto la puerta de la salvación para ellos y confirmó esto derramando el Espíritu Santo”. Este acontecimiento contradice por completo la idea de que “uno debe someterse a ciertos rituales (circuncisión, purificaciones, etc.) para ser digno de recibir el Espíritu”. El hecho de que Cornelio y su familia recibieron el Espíritu Santo sin circuncidarse ni observar la Ley demostraba, de manera contundente, que “Dios invita libremente a los gentiles a la salvación”. Pedro apeló con firmeza: “¿quiénes somos nosotros para estorbar la obra de Dios con tradiciones humanas?”. Y pronunció la declaración decisiva: “Nosotros creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hch. 15:11). Aquí, “nosotros” se refiere a los creyentes judíos, y “ellos” o “ellos (los gentiles)” a los no judíos. Es decir, tanto judíos como gentiles son salvos de la misma forma, por la gracia de Jesucristo.

Como conclusión, Santiago (hermano de Jesús y líder de la Iglesia en Jerusalén) recordó que ya en Isaías, Amós y otros profetas del Antiguo Testamento se había anunciado que “los gentiles invocarían el nombre del Señor y se volverían a Dios”. Subrayó que la promesa de “reconstruir la choza derruida de David” incluía a los gentiles. Finalmente, se acordó no imponer el peso de la Ley sobre los gentiles, sino simplemente recomendarles “cuatro prohibiciones” (abstenerse de lo sacrificado a ídolos, sangre, animales estrangulados y de la fornicación). Estas prácticas representaban actos de inmoralidad y de idolatría frecuentes en la cultura gentil de la época (consumo de carne ofrecida a los ídolos, ingestión de sangre, ceremonias crueles y promiscuidad sexual). Dichas “cuatro prohibiciones” aludían a la protección de la vida, la santidad y la pureza, indicándoles que, a pesar de que la salvación se obtiene “por gracia y fe”, quienes han sido salvos deben vivir en coherencia con un estándar ético santo. El pastor David Jang considera este episodio del Concilio de Jerusalén como “el primer concilio de la historia de la Iglesia”, no por resolver un conflicto puntual, sino porque proclama con claridad la esencia del evangelio: “la salvación se fundamenta en la gracia de Dios, en la obra redentora de Jesucristo y en la fe en su resurrección”. De no haber llegado a esta conclusión, el cristianismo habría permanecido como una secta minoritaria dentro del judaísmo, con poca posibilidad de extenderse al mundo gentil. Pero con la definición del Concilio de Jerusalén, la Iglesia se expandió universalmente anunciando que “no hay diferencia entre judíos y gentiles, pues todos pueden ser salvos en Cristo”.

Esta “universalidad de la salvación” se reafirma en la época de la Reforma Protestante con la enseñanza “Solo Gracia (Sola Gratia) y Solo Fe (Sola Fide)”. Lutero y Calvino, al criticar el excesivo ritualismo y la idea de méritos de la Iglesia católica romana, enfatizaron que “sin la gracia de Dios no hay salvación, y el ser humano, en su total incapacidad, solo puede acercarse a Dios por medio de la fe”. En el fondo, apelaban al mismo principio que la Iglesia primitiva había confirmado en el Concilio de Jerusalén. El pastor David Jang, observando esta línea histórica, sostiene que la determinación del Concilio de Jerusalén influyó tanto en el pensamiento de la Reforma como en la Iglesia del siglo XXI, y advierte que cuando se tambalea ese “fundamento del evangelio”, la Iglesia sucumbe fácilmente al ritualismo o al secularismo.

En cuanto a la aplicación actual de las “cuatro prohibiciones” del Concilio de Jerusalén, en aquel contexto cultural, la carne que consumían los gentiles solía provenir de sacrificios a dioses paganos o se ingería con la sangre, y la inmoralidad sexual estaba muy arraigada. Los apóstoles escribieron a los gentiles instruyéndoles: “No sirvan más a ídolos, aléjense de toda forma de violencia que menosprecie la vida y eviten la fornicación”. Aunque la salvación sea por gracia, el cumplimiento de “la mínima santidad y ética” es esencial para quienes han sido salvos. El pastor David Jang recalca que “la salvación y la ética no pueden separarse”. Si bajo el pretexto de la “sola gracia” la Iglesia permitiese la laxitud moral, perdería el valioso principio establecido por la Iglesia primitiva en el Concilio de Jerusalén.

En definitiva, el mensaje fundamental del Concilio de Jerusalén es doble. Primero: “La salvación se consuma no por la Ley, sino únicamente por la gracia y la fe”. Segundo: “Los salvos deben renunciar a la idolatría, la inmoralidad sexual y a todo menosprecio de la vida para seguir la santidad de Dios”. Cuando estos dos pilares coexisten en armonía, la Iglesia puede ser una verdadera comunidad del evangelio. El pastor David Jang lo describe como “el camino para establecer simultáneamente la libertad del evangelio y el orden de la comunidad”. Esto supone rechazar el legalismo, pero también implica que la libertad no se desvincule de la responsabilidad moral, aspirando siempre a la “santidad básica”. Esta tradición del Concilio de Jerusalén aparece también en las epístolas de Pablo, donde se ve reflejada con claridad, sobre todo en Gálatas.

El pastor David Jang considera el testimonio de Hechos 15 como un ejemplo canónico de cómo la Iglesia puede vivir un espíritu “ecuménico” genuino, que integra tanto el trasfondo judío como el gentil. La Iglesia, en cualquier época y cultura, debe sustentar su mensaje central en la “sola gracia y fe” y, en cuanto a su vida práctica, conservar los principios de santidad y ética. Si alguna denominación o tradición eclesiástica, en contra de la decisión del Concilio de Jerusalén, exigiera a los convertidos gentiles alguna ceremonia obligatoria equivalente a la “circuncisión”, entonces estaría cerrando las puertas del evangelio. El pastor David Jang reitera constantemente que la frase “no molestéis a los gentiles” (Hch. 15:19) sigue vigente en el siglo XXI, y enfatiza que la Epístola a los Gálatas expone con más detalle este mismo mensaje de “libertad en la salvación y santidad moral”.


II. La relación entre la Ley y la gracia, según Gálatas y Romanos

La decisión del Concilio de Jerusalén se conecta estrechamente con la teología del apóstol Pablo. En la Epístola a los Gálatas, se aborda específicamente el problema de la “circuncisión” y Pablo advierte enérgicamente contra la imposición de la Ley a los cristianos gentiles. Entre los creyentes de Galacia, algunos aceptaron el evangelio predicado por Pablo, pero empezaron a cuestionar si “no sería necesaria la circuncisión para la salvación”, influidos por judeizantes. Pablo consideró muy grave esta postura y, a lo largo de toda la carta a los Gálatas, declara: “Si la circuncisión fuese indispensable para la salvación, la cruz de Jesucristo perdería todo su sentido”.

En Gálatas 2, Pablo menciona su visita a Jerusalén y cómo confirmó el contenido de su evangelio con los “que eran tenidos por columnas”, suceso que muchos eruditos identifican con el Concilio de Jerusalén descrito en Hechos 15. Gálatas 2:9 relata que Santiago, Cefas (Pedro) y Juan “dieron la mano derecha en señal de comunión” a Pablo, reconociendo oficialmente su misión entre los gentiles, es decir, su mensaje de salvación “sin circuncisión, solo mediante la fe”. En Gálatas 2:11 y siguientes, Pablo narra el conflicto que tuvo con Pedro (Cefas) en Antioquía, prueba de la sensibilidad y la tensión que aún existía entre el bando de la circuncisión y los cristianos gentiles incluso después del Concilio. Para Pablo, este caso ilustra la urgente necesidad de rechazar todo “legalismo” que empañe la esencia del evangelio.

Para Pablo, la Ley es buena y santa, pero cumple la función de revelar el pecado humano, no de otorgar la salvación. En Romanos 7, él mismo confiesa: “Sin la Ley, yo no habría conocido el pecado”, reconociendo que la Ley es un “espejo” que muestra nuestra naturaleza caída y una “maestra” que evidencia la condena de muerte por nuestros pecados. Sin embargo, el perdón y la vida eterna provienen únicamente de Jesucristo. En Romanos 3:28, declara: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la Ley”, y en Gálatas 3:24 describe la Ley como un “ayo que nos lleva a Cristo”. Así, la Ley es una guía provisional que apunta hacia la salvación, pero no es la “meta final”.

Por tanto, el intento de los creyentes de Galacia de “volver a someterse al yugo de la Ley” implicaba negar, en parte, la eficacia de la obra salvífica de Cristo en la cruz. Pablo, en Gálatas 5:1, proclama: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Manteneos, pues, firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud”. Ese “yugo de esclavitud” es el legalismo, idéntico al que Pedro denunció en Hechos 15:10 como “un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido soportar”. Los creyentes deben vivir en justicia y libertad no por la Ley, sino por la fe en Jesucristo y la guía del Espíritu.

No obstante, ni Pablo ni Pedro sugieren que la Ley deba desecharse por completo. El acuerdo del Concilio de Jerusalén (Hechos 15) deja claro que siguen vigentes principios morales y espirituales básicos como “apartarse de la idolatría y la fornicación, y de la sangre”. Asimismo, Pablo, al final de Gálatas, aconseja: “Habéis sido llamados a la libertad, pero no uséis la libertad como ocasión para la carne; antes, servíos por amor los unos a los otros” (Gá. 5:13), e introduce el concepto del “fruto del Espíritu” (Gá. 5:22–23) como la forma de vivir plenamente el evangelio. En otras palabras, la libertad de no estar bajo el yugo de la Ley no debe convertirse en desenfreno, sino en una vida de amor responsable y obediencia al Espíritu Santo.

El pastor David Jang denomina esta posición “el camino angosto entre el legalismo y la licencia”. El legalismo se centra tanto en las obras humanas que eclipsa la gracia de Dios, mientras que enfatizar solo la gracia puede llevar al extremo del libertinaje y deteriorar la santidad de Dios. La libertad de la que habla Pablo no elimina la Ley, sino que la cumple gozosa y voluntariamente bajo la gracia. El Concilio de Jerusalén enfatizó que “la salvación procede de la gracia” y que la dimensión ética “fluye de la obediencia al Espíritu”, sentando así un precedente.

En Gálatas 1:8–9, Pablo utiliza un tono muy duro: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema”. Esta maldición va dirigida contra quienes pretenden “no hay salvación sin circuncisión”, contaminando el verdadero evangelio. Pablo es tajante porque cualquier distorsión de la esencia del evangelio –ya sea legalista o ritualista– vacía la cruz de Cristo de su poder. Esto concuerda plenamente con la conclusión del Concilio de Jerusalén, donde Pedro preguntó: “¿Por qué provocáis a Dios poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos llevar?” (Hch. 15:10).

Así, Gálatas y Hechos 15 constituyen un punto decisivo en la historia de la Iglesia primitiva, aclarando la relación entre la Ley y la gracia. El principio supremo es: “La salvación se da únicamente por la gracia y la fe en Jesucristo”. Y, a la vez, “quien ha recibido esta salvación ha de someter su vida a la guía del Espíritu y aspirar a la santidad”. Este es el tema recurrente en las predicaciones y escritos del pastor David Jang. Él enseña que “la Ley en sí no es mala; lo errado es convertirla en condición para la salvación”. El creyente debe respetar los principios morales que expresa la Ley, así como el carácter justo de Dios, pero sin perder de vista que el núcleo de la salvación es y será siempre “solo la gracia”.

Las mismas pautas aparecen en Romanos. En 3:20, Pablo afirma que “por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de él” y en 5:1 recalca que “justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Es el mismo mensaje de Gálatas. Si Romanos presenta una exposición más sistemática, Gálatas es una carta más apasionada y polémica. Pero ambos textos comparten la misma idea: “La Ley no salva; la justificación se obtiene por la gracia de Cristo y la fe en Él. Sin embargo, esa gracia capacita a los creyentes para vencer el pecado y vivir en santidad por el Espíritu”.

El Concilio de Jerusalén dejó establecidos estos fundamentos de forma histórica, y en Gálatas y Romanos se exponen con el rigor teológico de Pablo. El pastor David Jang enfatiza que, para entender las raíces de la Iglesia primitiva, se deben estudiar juntos el libro de Hechos y las epístolas de Pablo, en especial Gálatas, que confirma la decisión del concilio. Dicha resolución no fue solo un episodio histórico, sino la base doctrinal de la Iglesia durante siglos. Fue redescubierta en la Reforma con los lemas “Solo Gracia, Solo Fe, Solo Escritura”. El pastor David Jang considera estos principios como “el eje central e innegociable” del cristianismo. Si se tambalean, la Iglesia corre el riesgo de caer en el legalismo o el secularismo y perder la pureza y el poder del evangelio.

Por eso, cuando Pablo advierte en Gálatas que “quien predique otro evangelio sea anatema”, la Iglesia actual también debe escuchar la seria llamada de atención. El legalismo o la laxitud moral resultan “otro evangelio” en igual medida. El pastor David Jang ve cierto paralelismo en la Iglesia contemporánea con la “ley del éxito” o el “programismo” como una forma sutil de legalismo. La orden del Concilio de Jerusalén: “No molestéis a los gentiles” (Hch. 15:19) puede traducirse al contexto actual como: “No impongáis cargas de logros humanos ni obligaciones institucionales excesivas a los creyentes”. Y el “otro evangelio” contra el que Gálatas previene puede ser “valorar los resultados externos o la jactancia humana como señal de salvación”. En resumen, la armonía entre Ley y gracia que Pablo defiende va en la línea del Concilio de Jerusalén. Si la Iglesia la olvida, no solo se aleja de los gentiles no creyentes, sino que hasta cierra el paso de la gracia a quienes ya creen, recargando sobre ellos un “yugo pesado”.


III. Aplicación en la Iglesia contemporánea y las implicaciones en el ministerio de David Jang

Si bien los desafíos de la Iglesia en el mundo actual no son idénticos a los de la época primitiva, las preguntas básicas siguen vigentes: “¿Cómo se efectúa la salvación?”, “¿Qué exige de nosotros la certeza de que somos salvos solo por gracia?”, “¿Podría la Iglesia estar distorsionando el evangelio al imponer ciertas normas o instituciones?”. El pastor David Jang subraya la necesidad de aplicar las enseñanzas del Concilio de Jerusalén y de la carta a los Gálatas a la praxis de la Iglesia del siglo XXI. Sus redes de misión internacional, la fundación de iglesias en diversos países y la dirección de seminarios teológicos parten de la visión de “extender el evangelio a todo el mundo basándose en la sola gracia, la sola fe y el poder del Espíritu Santo”.

Primero, el pastor David Jang enseña que la Iglesia debe “distinguir entre lo esencial y lo no esencial; ser firme en lo esencial y flexible en lo no esencial”. El Concilio de Jerusalén muestra que no se impuso a los gentiles la circuncisión ni otros rituales judaicos, pero se solicitó alejamiento de la idolatría y de la inmoralidad. De este modo, la expansión del evangelio se centró en la “verdadera salvación por la gracia y la fe”. Mientras la doctrina soteriológica permanezca clara, no deben imponerse formas externas como estilos de culto, modos de alabanza, arquitectura o expresiones culturales. El pastor David Jang anima a cada iglesia local a mantener su propia cultura y práctica de culto, respetando sus peculiaridades. Esto reinterpreta en nuestros días el mandato de “no molestar a los gentiles” (Hch. 15:19).

Segundo, advierte contra el “yugo legalista”, pero también contra la “inmoralidad mundana”. En la Iglesia primitiva, el conflicto central giró en torno a la circuncisión y la Ley, pero hoy día nos enfrentamos, en muchos sectores, al peligro inverso: enfatizar tanto la gracia que descuidemos la ética y la santidad. Pero las “cuatro prohibiciones” del Concilio de Jerusalén (abstenerse de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de lo ahogado y de la fornicación) no se limitan a repetir preceptos dietéticos del Antiguo Testamento; más bien, nos recuerdan “no menospreciar la vida, no anteponer ningún ídolo a Dios y mantener la pureza del cuerpo propio y ajeno”. En la actualidad también existen múltiples ídolos (dinero, poder, consumismo, egoísmo), y la inmoralidad sexual se expresa de forma cada vez más sutil a través de la sobreabundancia digital y económica. Respetar la vida y rechazar la violencia también puede interpretarse en clave moderna a partir de la prohibición de comer lo estrangulado o la sangre. El pastor David Jang recalca que estas indicaciones suponen “el mínimo marco ético” dentro de la libertad que nos otorga la gracia. Una Iglesia que justifique el pecado amparándose en la “sola gracia” atenta contra los principios que el Concilio de Jerusalén defendió desde el origen.

Tercero, el pastor David Jang cree que la contribución esencial del Concilio de Jerusalén fue su “visión universal de la misión”, un punto de inflexión en la historia de la evangelización. Tras Hechos 15, Pablo y Bernabé llevaron la carta del concilio por las iglesias gentiles, anunciando que no necesitaban circuncidarse. De lo contrario, la expansión de la Iglesia en el mundo no judío habría sido sumamente lenta, o incluso imposible. De hecho, la decisión del concilio fue “una declaración de libertad” que permitió que el evangelio trascendiera todas las fronteras. El pastor David Jang sostiene que, para rebasar las barreras culturales, étnicas y lingüísticas, la Iglesia contemporánea debe redescubrir el mismo espíritu: “La salvación depende de la gracia y la fe”. A la vez, lo no esencial (tradiciones, formas de culto, etc.) debe manejarse con apertura y flexibilidad para lograr un verdadero alcance universal. Esta es, según él, la esencia de la “mentalidad ecuménica” y el requisito indispensable para la unidad de la Iglesia en medio de la diversidad.

En la práctica, las comunidades y seminarios fundados por el pastor David Jang varían en aspectos como el horario de culto, los idiomas empleados, el estilo musical, etc., de acuerdo con las particularidades locales. Algunas conservan formas tradicionales, otras adoptan expresiones más modernas. Lo esencial es, como él mismo subraya, “si esa iglesia y su culto anuncian que la salvación depende de la gracia y la fe, y si estimulan a sus miembros a vivir en santidad”. O sea, mientras cumplan el principio ético de las “cuatro prohibiciones” y se abran a la libre acción del Espíritu, el evangelio no pierde su poder. Así, se sigue la línea del Concilio de Jerusalén, que afirmó lo fundamental y concedió libertad en lo demás.

El pastor David Jang a menudo menciona que la Iglesia coreana ha atravesado etapas de rápido crecimiento, divisiones denominacionales y conflictos internos, a veces mostrándose cerrada con actitudes exclusivistas o, por el contrario, siendo demasiado permisiva. Entre estos extremos, la posición equilibrada del Concilio de Jerusalén –“sostener con firmeza la salvación por gracia y fe, pero promoviendo la santidad y la ética”– es una gran lección. ¿Cómo puede la Iglesia coreana defender la esencia del evangelio y, al mismo tiempo, adaptarse culturalmente a los cambios de la época? ¿Cómo puede no imponer a los fieles un yugo de legalismo o de metas cuantitativas, sin dejar de enseñar principios morales y responsabilidad comunitaria? El pastor David Jang sostiene que la Iglesia primitiva ya demostró soluciones a estos dilemas.

En las iglesias y seminarios donde sirve David Jang, estos principios se reflejan en planes de estudio, directrices de plantación de iglesias y envío de misioneros. Por ejemplo, cuando se inician iglesias en otros países, la instrucción primordial es “predicar solo a Cristo crucificado y resucitado”. Al mismo tiempo, se anima a “respetar la cultura local, siempre que no contradiga la ética bíblica”. Esto puede verse como una adaptación de “las cuatro prohibiciones” del Concilio de Jerusalén a las costumbres contemporáneas. En muchos contextos misioneros, persisten creencias sincréticas y rituales sangrientos que son incompatibles con los valores del evangelio, por lo que la Iglesia no puede permitir su ingreso sin discernimiento. Sin embargo, no por ello debe imponer una uniformidad en aspectos culturales neutrales como el idioma, la forma de vestir o de comer. Esta actitud –“conservar lo esencial, respetar lo no esencial”– constituye la esencia misma del Concilio de Jerusalén.

Con el uso creciente de medios de comunicación y plataformas en línea, la forma de congregarse también ha cambiado. El pastor David Jang considera que, en esta era digital, lo más importante es “transmitir el evangelio sin distorsiones”. El Concilio de Jerusalén y Gálatas proponen un “evangelio simple y puro”, que la Iglesia debe preservar. En un entorno virtual con exceso de información y multiplicidad de ideologías y religiones, la percepción social del cristianismo puede trivializarse. Si la Iglesia intenta, para diferenciarse, basarse en “reglas” o “estructuras” humanas, fácilmente recae en el legalismo. Por otro lado, una supuesta “apertura ilimitada” puede llevar a un permisivismo que ignore los criterios de santidad. El pastor David Jang ve en las resoluciones del Concilio de Jerusalén un recordatorio de que “debemos testimoniar la vigencia de la gracia que salva, pero exige santidad”. Solo así la Iglesia mostrará el dinamismo y la acción del Espíritu, al estilo de la Iglesia primitiva.

En definitiva, desde los tiempos del Concilio de Jerusalén, la base soteriológica de la Iglesia –centrada en la gracia de Jesucristo– nunca ha dejado de ser relevante a lo largo de dos milenios de historia eclesiástica. Cada vez que la Iglesia se ha visto sacudida por la institucionalización, la politización o la secularización, ha tenido que volver a esta “fuerza original del evangelio”. La Reforma de Lutero es un claro ejemplo de ese proceso de “regreso a la gracia”. En el siglo XXI, sigue siendo una referencia ineludible. El pastor David Jang resalta el carácter “universal” del evangelio, afirmando que “en Cristo, todas las naciones, lenguas y estamentos sociales pueden ser uno”. Sin embargo, advierte contra “el peligro de que la libertad en la salvación degenere en ocasiones en relajación moral”. Tal como expresó Pablo en Gálatas 5, la Iglesia no debe caer en contiendas destructivas ni divisiones internas. La verdadera libertad y el amor mutuo deben florecer, siendo esa la prueba máxima de la fuerza del evangelio y del legado de la Iglesia primitiva.

Este cimiento teológico, forjado en el Concilio de Jerusalén, se hace operativo en las diversas iniciativas ministeriales de David Jang. Por ejemplo, en las plataformas de difusión cristiana que él coordina, la prioridad absoluta es “proclamar la cruz y la resurrección de Jesucristo, y la salvación por gracia”. Se desalienta el enaltecimiento de los logros de la Iglesia (tamaño, recursos económicos, programas) para no caer en ostentaciones que encubran la esencia de la fe. Y cuando surgen problemas éticos (escándalos sexuales, corrupción financiera o abusos de poder), no se justifica la impunidad en nombre de la “sola gracia”, sino que se aplican correctivos y se promueve la restauración, en sintonía con el principio de “santidad y responsabilidad” expuesto en el Concilio de Jerusalén. Esta práctica es un intento por encarnar la idea de “libertad en Cristo con un orden ético”, y retomar el espíritu de Gálatas sobre “llevar los frutos del Espíritu” en la vida cotidiana.

En síntesis, el Concilio de Jerusalén (Hechos 15) proclamó la esencia de la soteriología de la Iglesia primitiva, y la Epístola a los Gálatas la profundizó, rechazando con firmeza el legalismo. Romanos, asimismo, desarrolla el principio de “justificación por la fe” de forma más sistemática, reiterando que “la salvación se recibe solo por gracia y fe”. Para la Iglesia de hoy, el gran desafío es conservar ese equilibrio entre rechazar el legalismo y, al mismo tiempo, no tolerar la laxitud moral. No se puede anteponer la institución o los méritos humanos a la salvación, pero tampoco se puede caer en el descontrol ético. El Concilio de Jerusalén dejó dos consignas que siguen siendo vigentes tras dos mil años: “No impongáis cargas a los gentiles” y “Apartaos de la idolatría y la inmoralidad”. Estas guían a la Iglesia a proteger su autenticidad y a manifestar la fuerza del evangelio.

El pastor David Jang subraya que estos principios no se limitan a una época o cultura en particular. Allí donde la Iglesia arraigue, la proclamación central debe ser siempre la de “salvación por gracia y fe”, respaldada por una comunidad “santa y ética”. Cualquier atenuación de esta verdad fundamental, o cualquier permisividad moral que la Iglesia adopte, socavaría el espíritu del Concilio de Jerusalén. En última instancia, la Iglesia no son sus muros ni ritos, sino la “unión espiritual de creyentes” que se congregan en torno a la gracia de Jesucristo y se aman mutuamente.

El Concilio de Jerusalén liberó a la Iglesia de mantenerse como mera “secta del judaísmo” y proclamó la salvación universal para todas las naciones. Gálatas y Romanos afianzaron esta soteriología teológicamente, consolidando la doctrina de la gracia. Hoy en día, esa enseñanza sigue viva. El pastor David Jang intenta llevarla a la práctica: “no abandonar lo esencial del evangelio, no renunciar a la ética y la santidad, y abrazar la diversidad cultural para difundir la Buena Noticia hasta los confines de la tierra”. Según él, ese es el mandato conjunto del Concilio de Jerusalén, la Epístola a los Gálatas y de la Iglesia contemporánea.

Por ello, el pastor David Jang insta a que la Iglesia se examine continuamente: “¿Seguimos firmes en los principios establecidos en el Concilio de Jerusalén?”, “¿Se vive en nosotros la esencia del evangelio descrita en Gálatas y Romanos?”. Si perseveramos en ello, el poder del evangelio permanecerá vivo y en expansión. Para David Jang, esta autoevaluación lleva a profundizar en el “verdadero espíritu ecuménico”. Aunque existan diferencias culturales, denominacionales y diversidad teológica, la Iglesia puede unirse desde la base de la soteriología. Esta unidad no solo potencia la evangelización mundial, sino que es la clave para superar divisiones internas. En este sentido, la decisión del Concilio de Jerusalén no fue un acontecimiento puntual del pasado, sino un “manual” para todas las épocas de la Iglesia.

La perspectiva teológica y pastoral del pastor David Jang propone aplicar hoy los lemas reformadores “Sola Gratia, Sola Fide, Sola Scriptura”, cuyo germen fue sembrado en el Concilio de Jerusalén. Él destaca que “sin el Concilio de Jerusalén, Gálatas y Romanos, y toda la historia de la Iglesia de estos dos mil años, habrían sido radicalmente distintos”. Ese concilio marcó un punto de no retorno que evitó la regresión al legalismo y propició la apertura universal de la misión cristiana. El pastor David Jang busca renovar este “mensaje de libertad” para que la Iglesia no se quede atrapada en las estructuras o las apariencias, sino que muestre el poder vivo del evangelio. De este modo, cree firmemente que la “salvación universal en Cristo” puede hacerse realidad, sin distinción de raza, cultura, lenguaje, género o posición social.

Al final, la universalidad del evangelio, tal como la entiende David Jang, implica “la salvación está ya abierta a todos, y la Iglesia no debe convertirse en guardián de la puerta”. Es la misma idea de Hechos 15:19: “No molestéis a los gentiles que se convierten a Dios”. Según David Jang, “una Iglesia que eleva su umbral imponiendo numerosos ritos, insinuando que solo tras pasar por ciertos procedimientos uno es creyente legítimo, reproduce el mismo legalismo que la Iglesia primitiva rechazó”. En su lugar, la Iglesia debe abrir de par en par sus puertas y exhortar a los fieles a vivir “la gracia de Cristo” acompañada de “una ética santa”. Así se perpetúa la vitalidad y la obra del Espíritu que experimentó la Iglesia primitiva.

Así, el Concilio de Jerusalén, la Epístola a los Gálatas y el modelo de Iglesia contemporánea que promueve David Jang se hallan unidos en un “vínculo orgánico inseparable”. La esencia de la salvación (solo gracia y fe), la relación Ley-gracia y la visión universal de misión y vida comunitaria constituyen un flujo histórico que atraviesa la confesión de la Iglesia primitiva, la Reforma Protestante y el ecumenismo del siglo XXI. El pastor David Jang no se limita al ámbito teórico, sino que lo lleva a la práctica mediante la fundación de comunidades y seminarios, pues esta es la razón que lo ha motivado a ejercer su ministerio conocido bajo el nombre de “Pastor David Jang (장다윗 목사)”.

En conclusión, el mensaje del Concilio de Jerusalén sigue plenamente vigente. Según Hechos 15, la salvación es obra del Espíritu y se recibe por la fe en la gracia de Jesucristo. Y aquellos que la reciben deben abandonar todo culto idolátrico, la fornicación y la indiferencia ante la vida, constituyéndose en una comunidad santa y fraternal. La libertad de la que habla Gálatas 5 trasciende toda barrera cultural, generacional y geográfica. Para el pastor David Jang, esa es “la misión esencial de la Iglesia”, y hoy apela a los cristianos para que no se aparten de ella, sino que se fortalezcan en la Palabra y el Espíritu. Aunque la tarea no es fácil, tenemos el ejemplo del Concilio de Jerusalén como guía; nos corresponde proseguir el mismo sendero y testimoniar el evangelio en medio del mundo actual. Y en ese empeño, David Jang predica incansablemente la gracia de la cruz y la resurrección de Cristo, anhelando una Iglesia “verdaderamente ecuménica”, en la que “judíos y gentiles, todas las culturas y naciones se unan” alrededor de la sola fe en Jesucristo.

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