
1. Jesús ante el pretorio de Pilato: el trasfondo del sufrimiento y la maldad humana
El pasaje de Juan 18:28 hasta 19:16 describe de manera detallada el largo proceso de interrogatorio y diálogo en el que Jesús comparece ante Pilato. Si examinamos detenidamente este relato, descubrimos de forma contundente la maldad inherente de la humanidad y, al mismo tiempo, el despliegue del plan de salvación de Dios. El evangelista Juan muestra con detalle que Jesús no solo fue objeto de calumnias por parte de los líderes religiosos judíos, sino que incluso fue llevado hasta la justicia romana, que ostentaba el poder mundial de la época, sufriendo la crucifixión más atroz. Por tanto, al leer este pasaje, debemos reflexionar profundamente en el significado del extremo sufrimiento que padeció Jesús. A la vez, hemos de considerar con cuánta facilidad nuestra fe puede disfrazarse de hipocresía, perder la verdadera piedad y llegar a manifestar una maldad extrema. El pastor David Jang también ha insistido en varias ocasiones en la importancia de este pasaje, señalando que el formalismo religioso y la astuta hipocresía humana, en última instancia, ocultan la verdadera Verdad.
El texto comienza de madrugada, cuando los líderes religiosos judíos llevan a Jesús desde la casa de Caifás hasta el pretorio de Pilato (Juan 18:28). La noche oscura ya está dando paso al amanecer, pero para Jesús no hay alivio, pues sigue atado, humillado y es conducido a otro tribunal. Ya había pasado por Anás, luego por la casa de Caifás y ahora es entregado al pretorio, soportando toda clase de afrentas y violencia en ese trayecto, tan largo y sobrellevado prácticamente en soledad. Juan destaca esa soledad y ese abandono. En teoría, los discípulos de Jesús debían acompañarlo, pero ya se habían dispersado. En este punto, nos confrontamos con nuestra propia fe. ¿No decimos que caminamos con Jesús, pero a veces lo dejamos solo precisamente en el momento más doloroso y desesperante? ¿No vamos, quizá sin darnos cuenta, por un camino distinto al del Señor? Incluso dentro de la comunidad eclesial o en nuestra vida espiritual personal, debemos mantenernos alerta para que no sea nuestro orgullo o autosuficiencia quien nos dirija en lugar de caminar junto a Cristo. El pastor David Jang a menudo lanza la pregunta: “¿Cómo podemos acompañar a Jesús en su camino de soledad?”. Y enfatiza que no es un asunto que deba considerarse únicamente durante la Semana Santa o la Cuaresma, sino que requiere meditación constante en cada momento de la vida, recordando el dolor y la soledad que Jesús soportó.
Otro contraste sorprendente se observa cuando los líderes religiosos judíos, que han llevado a Jesús ante el pretorio, se niegan a entrar en ese lugar “para no contaminarse” y así poder celebrar la Pascua (Juan 18:28). Esto expone una actitud sumamente hipócrita y repulsiva. Eran “los líderes del pueblo judío”, encargados de interpretar la Ley de Dios y de guiar a su gente; sin embargo, al mismo tiempo que llenan su corazón de odio y asesina intención contra Jesús, se abstienen de pisar el recinto gentil, argumentando que eso los volvería impuros. Su afán por la piedad exterior y la observancia religiosa de la gran fiesta de la Pascua en sí no es malo, pero, paradójicamente, se disponen a asesinar a Jesús, el Hijo de Dios, con total saña. Mientras cuidan su pureza ritual y sus ceremonias externas, cometen un pecado mucho más grave y profundo sin el menor escrúpulo. Justamente Jesús es el verdadero Cordero pascual (1 Corintios 5:7), y por su carne y su sangre se abre el camino hacia Dios; sin embargo, ellos entregan a ese mismo Jesús al gobernante pagano Pilato. Esto no solo es una comprensión completamente equivocada del mensaje mesiánico anunciado en el Antiguo Testamento, sino que ilustra la hipocresía extrema con la que pretenden justificar su maldad. El pastor David Jang subraya que la Iglesia y los creyentes de hoy deben considerarlo como un ejemplo de lo que no se debe hacer, preguntándonos: “¿Acaso estamos reduciendo nuestra vida de fe al cumplimiento de deberes y formalidades externas? ¿Celebramos cultos supuestamente sagrados y ritos impecables, pero ignoramos el pecado y la doble moral que habita en nuestro interior?”.
En los versículos siguientes (Juan 18:29 y ss.), Pilato sale ante los judíos y pregunta: “¿De qué acusan a este hombre?”. Como gobernador romano, necesitaba determinar si el acusado había infringido la ley romana. Pero los judíos responden: “Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado” (Juan 18:30), sin aportar pruebas claras de que Jesús violara alguna ley de Roma. Ante la propuesta de Pilato: “Lleváoslo vosotros y juzgadle según vuestra ley”, ellos replican: “Nosotros no podemos dar muerte a nadie” (Juan 18:31). Con esa frase dejan claro que no tienen ninguna intención de permitir que Jesús viva; necesitan la pena capital, el suplicio romano de la crucifixión. Esta escena resulta estremecedora: quienes invocan el nombre de Dios y la santidad religiosa están en realidad llenos de odio hacia Jesús, y claman por “el poder de matar”. Bien habrían podido apedrearlo ellos mismos (como sucedió con Esteban), pero prefieren el suplicio de la cruz por su crueldad y humillación extremas. El odio desencadenado contra Jesús no es simple incomprensión o conflicto; es la manifestación definitiva de la violencia y la maldad humanas.
En Juan 18:32, el evangelista comenta: “Esto sucedió para que se cumpliera lo que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a morir”. Al ser entregado a las autoridades romanas, de acuerdo con las profecías del Antiguo Testamento y los propios anuncios de Jesús, Él sería crucificado. Ya antes había dicho repetidas veces que el Hijo del Hombre “debía ser levantado” (Juan 3:14; 12:32), y ese “ser levantado” significaba, en definitiva, ser elevado sobre la cruz. Si no lo hubieran entregado a Pilato, quizá podrían haberlo matado a pedradas. Pero finalmente, Jesús muere en la cruz, la ejecución más cruel y vergonzosa de la antigüedad, resultado de la conspiración de los dirigentes judíos y el brutal sistema punitivo romano. El pastor David Jang interpreta esta escena señalando que, si bien los hombres idearon la forma más despiadada de dar muerte al Hijo de Dios, en ese mismo lugar de la cruz se produjo la salvación más perfecta. Cuanto más profunda y oscura se hace la maldad del ser humano, con mayor nitidez resplandece el plan redentor de Dios.
De este modo, la muerte de Jesús no fue un hecho casual ni puramente una conspiración humana. Dios usó incluso la maldad más extrema de la humanidad para llevar a cabo Su plan de salvación. Igual que en la historia de José (Génesis 50:20), donde las malas intenciones de sus hermanos acabaron dentro del gran propósito de Dios de preservar la vida, el sacrificio de Jesús en la cruz formaba parte del camino dispuesto por el Padre desde la eternidad para nuestro rescate. Ciertamente, la maldad humana no se justifica, pero Dios, en su soberanía, lo rige todo y obra para bien. De esta manera, en medio del interrogatorio ante Pilato, nos enfrentamos a la cuestión: “¿Existe alguna culpa real en Jesús?”. La respuesta es clara: Él no tiene pecado alguno. No hay forma de imputarle delito. Sin embargo, recibió el castigo destinado al peor de los criminales, y en este hecho reside el núcleo del evangelio cristiano.
Cuando Pilato pregunta a Jesús: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (Juan 18:33), Jesús responde: “¿Dices tú esto por tu cuenta, o te lo han dicho otros de mí?” (Juan 18:34). Con ello alude a si Pilato desea de verdad conocer la verdad o solo repite las acusaciones de terceros. Pilato, sin dar una respuesta clara, se limita a contraatacar: “¿Acaso soy yo judío?” (Juan 18:35). Para él, era un tema interno de los judíos: la cuestión del Mesías no le interesaba, sino solo si Jesús era un insurrecto contra Roma. Por eso añade: “Tu nación y los principales sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”. Es decir, “No es asunto mío, pero, ¿qué hiciste para que te odien tanto?”.
Según Lucas 22:66-68, cuando se le preguntó a Jesús si era el Cristo, Él respondió señalando que no lo creerían aunque lo dijera. Y añadió: “Desde ahora el Hijo del Hombre se sentará a la diestra del poder de Dios”, proclamando en esencia su autoridad mesiánica. En otras palabras, el verdadero problema no era si Jesús daba testimonio o no de sí mismo, sino que los líderes religiosos no estaban dispuestos a escuchar ni a reconocer la verdad. Ya habían decidido deshacerse de Jesús y solo buscaban un pretexto. Esto mismo sigue ocurriendo hoy. Una actitud obstinada, que ya tiene conclusiones preconcebidas y solo busca pruebas que confirmen su postura, no aceptará la verdad por más evidente que sea. Así de inflexible es nuestra naturaleza pecaminosa. El pastor David Jang aplica este texto, señalando que si enfrentamos la Palabra de Dios con prejuicios y soberbia, jamás recibiremos la auténtica revelación. Al final, nos pasa como a Pilato o a los sumos sacerdotes, que persisten en sus deseos sin querer conocer la Verdad.
También es muy probable que Pilato no buscara realmente la verdad, sino una forma de resolver el problema mediante el pragmatismo político. Apelando a la costumbre de liberar a un preso durante la Pascua judía, trató de dejar libre a Jesús, manifestando: “Yo no hallo en él ningún delito” (Juan 18:38). Pero los judíos lo presionaron argumentando: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César” (Juan 19:12), obligándolo a tomar una decisión. Pilato temía un motín popular y también poner en peligro su posición. Al final, cedió y dictó la sentencia de crucifixión a Jesús. Así vemos el temor y el apego al poder que habitaba en Pilato. Quiso hacer lo correcto, pero su miedo a perder el control y su interés político prevalecieron. Con frecuencia, los seres humanos sacrifican la verdad por el poder o el beneficio. De poco sirven las palabras de justicia si, llegado el momento, abandonamos la verdad para protegernos. Pilato se lavó las manos diciendo que no era responsable de la muerte de Jesús (Mateo 27:24), pero no era inocente. Se lo acusa de conocer la verdad y no actuar en consecuencia.
En Juan 18:28-19:16 vemos así dos tipos de posturas pecaminosas. Por un lado, la de los líderes religiosos que, amparados en su fervor y formalismo religioso, justifican la violencia y el asesinato. Otorgan importancia a la apariencia sagrada, a la fiesta y los ritos, y hasta dicen: “No tenemos la facultad de dar muerte a nadie” para no “manchar” sus manos, cuando en realidad ansían la ejecución del Hijo de Dios. Aparentan mantener una fiesta “pura”, pero se convierten en los principales impulsores de la muerte de Jesús. Por otro lado, está Pilato, quien muestra un interés superficial en la verdad y, al final, se preocupa más por su posición y seguridad política, desatendiendo la justicia. Los dos, a su manera, encarnan la raíz del pecado humano. El pastor David Jang resume así: “Entre la culpa de los líderes religiosos y la culpa del gobernante secular, Jesús, que es la luz y la verdad, fue rechazado y sufrió. Pero de manera asombrosa, ese sufrimiento se convirtió en el medio para nuestra salvación”. Por ello, debemos examinar nuestro interior para verificar si, como Pilato, titubeamos ante la verdad y la sustituimos por intereses personales, o si, como los sumos sacerdotes, escudamos nuestras decisiones más duras bajo ropajes de santidad.
2. El Rey de la Verdad y nuestra respuesta de fe
La conversación entre Pilato y Jesús avanza desde la pregunta “¿Eres tú el Rey de los judíos?” hasta la cuestión de “¿qué es la verdad?” (Juan 18:37-38). Cuando Pilato dice: “¿Qué es la verdad?”, Jesús ya había declarado: “Todo el que es de la verdad, oye mi voz”. Es decir, el Señor afirma que Él es la Verdad y que aquellos que pertenecen a la Verdad reconocen su voz. En todo el contexto del evangelio de Juan, Jesús enfatiza: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). En otras palabras, la Verdad, en última instancia, no es solo un concepto, sino la persona misma de Jesús. Sin embargo, puede que Pilato considerara esa noción de “verdad” demasiado abstracta o irrelevante. Como gobernador, lo que le importaba era la administración y resolución de cuestiones políticas, no debates filosóficos o teológicos. Por eso su pregunta “¿Qué es la verdad?” podría ser más bien un gesto cínico que un genuino deseo de saber.
Lo esencial que debemos recordar es que la Verdad no es un simple concepto o idea, sino que cobra vida en Jesús, en sus enseñanzas y sus acciones. La Verdad es Amor, y se concreta en el sacrificio de la cruz para salvar a los pecadores; se trata del corazón de Dios. Así, la respuesta a “¿Qué es la verdad?” la da Jesús al entregar su propia vida en la cruz. En los evangelios vemos que la muerte de Jesús no fue un incidente inevitable causado por la complicidad del poder religioso judío y el poder político romano, sino un acto de entrega voluntaria del amor de Dios por nosotros. A ojos humanos puede parecer un fracaso lleno de vergüenza y derrota, pero en realidad es la mayor victoria. Jesús es “el Rey de los judíos”, y también el Rey de todas las naciones. Sin embargo, no sube al trono mediante la violencia o la opresión, como los monarcas terrenales, sino mediante el servicio y el sacrificio. “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36) explica que el gobierno de Jesús no procede de los criterios del poder terrenal y la hegemonía, sino de un orden divino.
Como Rey verdadero, Jesús murió en la cruz para liberar a la humanidad atrapada en el pecado y la muerte. Al tercer día resucitó, triunfando sobre la muerte y abriendo para nosotros la nueva vida. Ante esta verdad, ¿cómo debemos responder en fe? El pastor David Jang subraya repetidamente en sus sermones que la frase “todo aquel que es de la verdad oye mi voz” exige una “fe que escucha y obedece”. La Verdad no es una idea que solo asentimos con la cabeza, sino una fuerza que transforma toda nuestra persona y produce cambios en nuestra vida diaria. En la actualidad, podríamos sentirnos tentados a adoptar la postura de Pilato y decir con cinismo: “¿Qué es la verdad?”, mientras solo nos enfocamos en resolver problemas prácticos o políticos. O podríamos imitar a los sumos sacerdotes y a la multitud, con un fervor religioso y ritual, pero llenos de intereses egoístas o actitudes exclusivistas y violentas. Sin embargo, Jesús es para nosotros el verdadero Rey y la verdadera Verdad. Quien se une a Él no se aferra a los poderes e intereses efímeros de este mundo, sino que pone la mirada en el camino de la vida eterna y que no se marchita.
Después del veredicto de Pilato, Jesús cargó con la cruz rumbo al Gólgota. En ese camino fue objeto de muchas burlas, y los soldados romanos le colocaron una corona de espinas al grito irónico de “¡Salve, Rey de los judíos!” (Juan 19:2-3). Pero, de manera paradójica, el acto de portar la cruz y subir al Calvario revela la más grande majestad real. El poder secular se cimenta en la fuerza militar, el dinero y la violencia exclusiva para consolidar su autoridad. Sin embargo, Jesús asume sobre sí todo el peso del pecado y la violencia del mundo, y nos muestra cómo es verdaderamente el Reino de Dios. Según atestiguan los evangelios, Él se acercó a los pobres y a los débiles, fue amigo de los pecadores y se identificó con aquellos que sufrían marginación. El Reino de Dios no es un lugar donde se exige ser servido, sino donde se gobierna con amor, santidad y justicia. El pastor David Jang suele recalcar en sus sermones y escritos que “el reinado de Cristo se alza sobre su propio sufrimiento y sacrificio”. Que el Rey se hiciera el más humilde es la señal del reino de Dios, y nos hace redescubrir su valor único.
El camino de la cruz parece lleno de deshonra y fracaso desde la perspectiva humana; sin embargo, con los ojos de la fe, vemos cómo ahí se perfeccionan el amor y la justicia de Dios. En Juan 19:16, el relato continúa con la condena de Jesús y el inicio de su camino al Calvario, donde soporta innumerables vejaciones y dolores. Pero precisamente a través de ese sufrimiento se consumó nuestra salvación, y con la resurrección se venció de una vez por todas al poder de la muerte. Ello cumple lo anunciado en los Salmos y los Profetas del Antiguo Testamento: la llegada de un “Rey justo”, y a la vez nos muestra la gloria a la que aspiramos. Esa victoria no tiene nada que ver con ejércitos ni con poder humano, sino con el servicio y la compasión, y con la abnegación personal.
¿De qué manera este relato evangélico interpela concretamente nuestra vida? Primero, debemos cuidarnos de la brecha entre el formalismo religioso y la hipocresía interior. Los líderes judíos mostraban gran celo por mantener la pureza de la Pascua al no entrar en la casa del gobernador pagano, pero a la vez entregaron a Jesús a la crucifixión. Debemos preguntarnos: “¿No estaré a veces tan centrado en el cumplimiento de ritos y ceremonias externas que he dejado de lado el auténtico ejercicio del amor y la justicia?”. El pastor David Jang insiste en la necesidad de un constante autoexamen: “¿Conservo las formas sagradas del culto, pero traiciono a Jesús a diario en lo profundo de mi corazón?”. Cuanto más tiempo llevamos en la iglesia y más nos acostumbramos a servir y asistir a los servicios, más riesgo tenemos de caer en la rutina y perder la pasión genuina.
Segundo, es fundamental vivir como aquellos que “pertenecen a la verdad” y, por tanto, “oyen la voz de Jesús”. Cuando Pilato pregunta “¿Qué es la verdad?”, Jesús no se niega a responder, pues previamente afirmó: “Mi reino no es de este mundo… Todo aquél que es de la verdad, oye mi voz”. El verdadero problema es que Pilato no buscó en serio el significado de estas palabras. Para él, mantener la estabilidad política era prioritario, de modo que desatendió la verdad a pesar de reconocerla. Hoy puede pasarnos lo mismo: a veces renunciamos a la verdad por miedo a las pérdidas o por intereses personales. Aun cuando la verdad requiera un sacrificio y nos exponga a conflictos o incluso a perder prestigio o bienes, si en verdad “pertenecemos a la verdad”, hemos de seguir la voz de Jesús. Sus palabras son amor, perdón, servicio y la vía de la negación de uno mismo que conduce a la resurrección. El pastor David Jang enseña que “la cruz no existe para darnos comodidad, sino para quebrantarnos y elevarnos a una vida de mayor plenitud”.
Tercero, la dura pasión que Jesús padeció ante Pilato es la prueba de su obediencia completa. En el huerto de Getsemaní, Jesús oró diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Aun sabiendo lo terrible que sería la cruz, permaneció en sumisión total a la voluntad de Dios. Concretamente, cuando estaba ante Pilato, no insistió en su inocencia con lamentos, sino que se mantuvo en la convicción de que debía “beber la copa que el Padre le había dado” (Juan 18:11). Esta obediencia de Jesús constituye el corazón mismo de la vida cristiana. Nosotros también enfrentamos situaciones en las que nuestras preferencias chocan con la voluntad divina. Cumplir la voluntad de Dios no suele ser fácil, implica pérdidas desde la perspectiva humana y, a veces, críticas o burlas. Sin embargo, así como la cruz terminó en la gloria de la resurrección, cuando obedecemos, también recibimos la vida y el gozo eternos.
Por último, debemos reflexionar sobre cómo recibimos a Jesús como el verdadero Cordero pascual. Los líderes judíos dijeron: “Nosotros no podemos dar muerte a nadie”, entregándolo a Pilato, y Jesús terminó derramando su sangre en la cruz. Paradójicamente, esta muerte del Cordero se convirtió en la expiación por los pecados de la humanidad. Durante la primera Pascua (Éxodo 12), la sangre del cordero rociada en los dinteles de las puertas salvó a los israelitas de la muerte, liberándolos de la esclavitud en Egipto. Jesús cumple totalmente esa imagen del Cordero pascual, y su sangre nos otorga liberación espiritual. “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), exclamó Juan el Bautista, y ello se confirma en la cruz. El creyente que participa de la carne y de la sangre de Jesús (Juan 6:53-57) entra en un pacto eterno y recibe la vida. Por lo tanto, nuestro culto y nuestras fiestas no pueden limitarse a meras formalidades. Deben ir acompañados de una unión auténtica con Jesús, experimentando la renovación que produce Su sangre. Si, como los sumos sacerdotes, buscamos mantener una apariencia de santidad y, a la vez, rechazamos a Jesús, nos alejamos totalmente de la esencia de la fe. El pastor David Jang recalca: “La culminación de la Pascua está en la cruz y la resurrección. Para hallar el verdadero descanso y la auténtica libertad en Cristo, debemos someternos a Él como Señor de nuestra vida”.
En definitiva, el mensaje central de Juan 18:28-19:16 es el contraste entre la maldad y la crueldad humanas que se manifiestan en el camino de Jesús hacia la cruz, y el plan de salvación de Dios, que permanece firme. Pilato, movido por el cálculo político y el temor, ignoró la verdad; los líderes judíos, con su celo religioso y su hipocresía, rechazaron la verdadera vida. Pero nada detuvo el sacrificio santo de Cristo. Mediante la crucifixión, el Hijo de Dios pagó la deuda del pecado y quebrantó el poder de la muerte. Mientras Pilato preguntaba: “¿Qué es la verdad?” sin buscar una respuesta sincera, nosotros afirmamos con fe que la verdad está en Jesús, que Él mismo es la Verdad. Esta confesión debe ser el comienzo y el fundamento de nuestra vida espiritual. Y al descubrir que la muerte de Jesús no se limita a mostrar la gravedad de nuestro pecado, sino que abre la puerta a la resurrección y a la vida, nuestro corazón se llena de alabanza y gratitud.
Ante la cruz, debemos preguntarnos: “¿De veras escucho la voz de Jesús, que es la Verdad? ¿No estaré, como Pilato, hipotecando la Verdad por mis apremios políticos o sociales, o como los líderes judíos, enredado en la apariencia de la santidad mientras rechazo al verdadero Señor?”. Si acogemos de veras a Jesús, el auténtico Cordero de la Pascua, nuestra vida se transforma día a día mientras contemplamos su muerte y su resurrección, participando de la alegría de la vida resucitada. El pastor David Jang señala que esta fe en la resurrección es el fundamento de la comunidad cristiana y la fuerza que nos permite vivir el reino de Dios en este mundo. Cuando la Iglesia se basa en la certeza de la cruz y la resurrección, dejando de ser mero aparato religioso u organización, brotan en ella el amor, la justicia, el perdón y la reconciliación.
Ver a Jesús comparecer ante el pretorio de Pilato no es solo un acontecimiento histórico, sino una pregunta perenne: “¿Qué postura tomamos ante la Verdad, cómo participamos en su sufrimiento y cómo acogemos la gracia de la cruz?”. Por terribles que sean el pecado y la malicia del ser humano, Dios los desenmascara y los soluciona mediante Su Hijo. Ni la hipocresía de los líderes judíos ni el poder secular de Pilato pudieron detener la obra santa de la cruz. Cuando nos rendimos al amor de Cristo, salimos de la mentira y el pecado. Entonces no actuamos como Pilato, que dio la espalda a la Verdad, ni como los sumos sacerdotes, presos de la hipocresía, sino que vivimos en el poder de la resurrección, experimentando la verdadera paz y libertad. Este es el mensaje profundo de Juan 18:28-19:16 y la esencia que el pastor David Jang ha proclamado en numerosos sermones y estudios bíblicos. La crucifixión del Inocente fue por nuestra salvación, y el evangelio es, por ende, la buena noticia abierta a todo el mundo. La Verdad nos hace libres (Juan 8:32), y esa Verdad se halla en la cruz y en la resurrección de Jesús, que lo dio todo por amor. Si no la descuidamos, si no la consideramos una rutina, sino que la recordamos día tras día, la cruz se tornará viva, la alegría de la resurrección nos transformará y viviremos como hijos de la Verdad. Que así sea en cada uno de nosotros. Amén.
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