
El siguiente texto se basa principalmente en la predicación expositiva del Pastor David Jang sobre Romanos 3:9-20. En este pasaje, el apóstol Pablo proclama que toda la humanidad está bajo pecado, enseña con fuerza acerca de la relación entre la Ley y la gracia, y muestra de manera contundente cuál es el camino de la salvación. En particular, a través de la expresión “hay destrucción y sufrimiento en ese camino”, queda muy claro cuán lamentable es la ruina a la que llega el ser humano que no tiene a Dios en su corazón. El texto incluye la exégesis de Romanos 3:9-20 en su totalidad, así como menciones relacionadas con pasajes de Salmos, Eclesiastés, Isaías, Génesis (la historia de Noé y la profecía de Jacob), Lucas 15 (la parábola del hijo pródigo) y Lucas 16 (la parábola del rico y Lázaro), además de Santiago 3, entre otros. A lo largo del mensaje, el énfasis se sitúa en la “depravación total del hombre” y la “necesidad de salvación”. El Pastor David Jang, predicando sobre la realidad del pecado y la ruina de la vida alejada de Dios que se resaltan en este texto, y proclamando que la gracia se encuentra únicamente en Cristo, subraya que debemos “lavar nuestro ropaje manchado de pecado” cada día.
1. Toda la humanidad está bajo pecado
En Romanos 3:9, el apóstol Pablo pregunta: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? De ninguna manera; porque ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado”. Este versículo constituye la declaración clave de que toda la humanidad está bajo el dominio del pecado. Cuando Pablo dice “nosotros”, no solo incluye a judíos e inconversos gentiles que habían oído el evangelio en la iglesia de Roma del siglo I, sino que también abarca a todos los creyentes de hoy. En Romanos 1 y 2, Pablo mostró en detalle el pecado en que vivían los gentiles y, luego, el de los judíos; acto seguido, al dirigir su mirada a toda la comunidad de la iglesia en Roma, pregunta: “¿Somos nosotros mejores? De ninguna manera”. Esto recuerda a los creyentes —que han sido salvados— que aún están bajo la influencia del pecado.
El Pastor David Jang, al explicar este pasaje, recalca la necesidad de reconocer continuamente que, aunque “ya” hemos sido salvados, todavía “no” hemos sido completamente santificados. La misma estructura de Romanos, donde Pablo expone la justificación por la fe hasta el capítulo 5, describe el proceso de santificación en los capítulos 6 y 7, y finalmente presenta la esperanza de la glorificación en el capítulo 8, lo demuestra. De hecho, al final del capítulo 7, Pablo exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro 7:24). Este es un ejemplo representativo que muestra cómo incluso un creyente justificado sigue luchando contra los restos del pecado. Por ello, la comunidad de la iglesia y sus miembros no deben concluir ligeramente: “Ahora que hemos sido declarados justos, no hay necesidad de hablar del pecado”. El Pastor David Jang señala con firmeza que “en el momento en que subestimamos el pecado, la naturaleza pecaminosa latente en el hombre vuelve a hacerse cargo de nuestro corazón y conducta”. Así, la doctrina del pecado en Romanos 3:9 en adelante continúa siendo una advertencia y lección para quienes afirman que ya han sido salvados.
Pablo prosigue citando Eclesiastés 7:20, Salmos 14 y 53, así como diversos pasajes de los libros proféticos, para declarar: “No hay justo, ni aun uno solo”. La forma en que Pablo utiliza estos textos se conoce como la técnica rabínica “charaz” (ensartar perlas), que consiste en enlazar diversos versículos del Antiguo Testamento para reforzar el argumento. Se sirve de los Salmos y de los Profetas, conocidos por los judíos, para demostrar que “toda la humanidad es pecadora”, diciendo en esencia: “Ya sabéis lo que dicen estas Escrituras”. Ejemplos destacados de estas citas son:
- “No hay justo, ni aun uno” (Sal 14:1-3; 53:1-3)
- “No hay quien entienda ni quien busque a Dios”
- “Su garganta es sepulcro abierto, su lengua destila veneno de serpiente y su boca está llena de maldición y amargura”
- “Sus pies se apresuran a derramar sangre, y en sus caminos hay destrucción y sufrimiento”
- “No tienen temor de Dios delante de sus ojos”
La lista y estructura de los pecados señalados por Pablo revelan la condición existencial del “ser humano sin Dios”. Al respecto, el Pastor David Jang se centra especialmente en tres aspectos al exponer este tema.
Primero, el pecado nace en los pensamientos y en el corazón. Comienza cuando el ser humano se resiste a tener a Dios en su mente. Esto se corresponde precisamente con Romanos 1:28, donde dice: “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios”. El hombre y Dios están intrínsecamente vinculados, pero la soberbia de la persona, que desea vivir a su manera, conduce a una declaración: “Dios, yo vivo mi vida; déjame en paz”. Su desenlace es “destrucción y sufrimiento”. El Pastor David Jang conecta este punto con Génesis 3 (el episodio de Adán y Eva comiendo del fruto prohibido) y Lucas 15 (el hijo pródigo que abandona a su padre), señalando que en ambos casos la raíz es la misma: la arrogancia que dice “voy a vivir sin Dios”.
Segundo, el pecado que brota de la mente y el corazón se manifiesta a través de las palabras. “Su garganta es sepulcro abierto, su lengua destila veneno de serpiente y su boca está llena de maldición y amargura”. Si el corazón se ha corrompido, se desprende un hedor de la boca que refleja esa corrupción interna. El Pastor David Jang relaciona esto con Santiago 3, donde se resalta el poder destructivo de la lengua. Aun siendo un órgano pequeño, puede encender un gran incendio en toda la vida de una persona. Jesús también advirtió con firmeza: “Si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, sácalo… si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala”. Estas expresiones extremas apuntan a que debemos vigilar y cortar de raíz cualquier instrumento —sea el ojo, la mano o la lengua— que posibilite el pecado.
Tercero, el pecado se plasma en la conducta, dirigiendo los pasos de la persona. Tal como se indica en “sus pies se apresuran a derramar sangre”, cuando el hombre descarta a Dios de su corazón, corre rápidamente hacia el mal. El Pastor David Jang describe la ironía de que, “para pecar, corremos con pasos ligeros, pero para hacer el bien, siempre dudamos”. Invita a reflexionar diariamente hacia dónde dirigimos nuestros pasos. Jesucristo se encaminó hacia la cruz, un recorrido de sufrimiento y entrega, mas el hombre, por naturaleza, suele volcarse de manera ágil a la satisfacción de su propio interés y placer. En este contexto, la frase “hay destrucción y sufrimiento en su camino” es la más reveladora sobre las consecuencias de la vida sin Dios. El Pastor David Jang recalca que “si persistimos en ese rumbo, no podremos evitar la ruina del alma y el sufrimiento eterno”.
Además, el Pastor David Jang explica que la “ausencia de temor (reverencia) a Dios” es la prueba definitiva del pecado. La referencia que hace Pablo al Salmo 36:1, “No hay temor de Dios delante de sus ojos”, muestra cómo el pecador ignora a Dios y no siente temor por el juicio. Esto se puede aplicar tanto a los gentiles que vivían sin la Ley, como a los judíos que la poseían pero eran hipócritas, o incluso a miembros de la iglesia que, conociendo la gracia, desprecian el pecado. Tras declarar que toda la humanidad está bajo pecado, Pablo pasa a la función que desempeña la Ley: “Pero sabemos que todo lo que la Ley dice, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca se calle y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Ro 3:19). Este versículo enseña que la Ley no es un “escudo que exime del pecado”, sino un medio que lo expone y lo condena.
En efecto, los judíos pensaban que tener la Ley era un privilegio que los garantizaba para la salvación; sin embargo, Pablo les responde: “Si decís poseer la Ley, debéis cumplirla plenamente. ¿Podéis acaso guardarla?”. El Pastor David Jang destaca que debemos considerar tanto la “función positiva de la Ley” como su “limitación inherente”. Si bien la Ley es útil para reprimir el pecado y hacernos conscientes de él, no es el método definitivo de salvación. De hecho, la Ley nos “cierra la boca” a todos para que nadie pueda justificarse ante Dios. Esta es la esencia de la declaración de Pablo en Romanos 3:20: “Porque por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la Ley es el conocimiento del pecado”.
El hecho de que toda la humanidad se halle bajo pecado no implica simplemente “desesperad”. Más bien es la antesala del evangelio, pues conduce a no confiar en uno mismo, sino a mirar a Jesucristo. El Pastor David Jang recalca que, tras analizar con tanto detalle la “estructura del pecado”, Pablo pasa de inmediato a exponer el camino de la salvación o “camino de la gracia” a partir de Romanos 3:21. Sin embargo, para experimentar realmente esa gracia, primero debemos reconocer que somos “el peor de los pecadores”. No podemos enorgullecernos de haber sido declarados justos; antes bien, debemos “lavar nuestra ropa manchada de pecado” (cf. Ap 22:14) cada día, exponiendo nuestra vida al escrutinio del Espíritu Santo y de la Palabra.
La historia de Noé en Génesis también ilustra este punto. Noé fue “justo” y recibió la salvación en el diluvio, pero, después de ser salvo, se emborrachó con vino y quedó al descubierto de manera vergonzosa. Su hijo Cam vio su desnudez y lo cubrió, pero aun así recibió una maldición. Superficialmente, podríamos preguntarnos: “¿Por qué fue maldecido si cubrió la desnudez de su padre?”, pero se ha sostenido que Cam en realidad se burló de él o lo miró con altivez. El Pastor David Jang interpreta esta historia para advertir que, “aunque hayamos sido salvados, si no nos mantenemos alertas contra el pecado, podemos mostrar nuestras vergüenzas como Noé o hundirnos en la soberbia como Cam. Por ello, debemos estar en constante vigilancia frente al pecado”.
Por otro lado, la profecía que Jacob hace sobre Judá en Génesis 49 hace referencia a “lavar su ropa en vino” y apunta a un “lavado santo”. Judá es el linaje real que sostiene el “cetro”, y finalmente es la tribu de la que proviene la genealogía de Cristo. En esa profecía de Judá se menciona: “Atará a la vid su pollino… lavará en vino su vestidura”, lo cual, en el Nuevo Testamento, se asocia a la sangre de Jesucristo (el vino), que limpia las “vestiduras” del creyente mediante la expiación. El Pastor David Jang indica que esto confirma el deber del creyente de “lavarse en la sangre de Jesús” continuamente. Critica a ciertos grupos que sostienen que no es necesario confesar más el pecado después de haber sido salvados, y señala que solo los que perseveran en lavar sus ropas (Ap 22:14) reciben la bendición. Recalca que, a pesar de ser salvos, debemos seguir ocupándonos de “limpiarnos” en el Señor hasta el final.
En definitiva, aunque Dios creó al hombre para vivir en inseparable comunión con Él, el pecado quebró esa relación. Aun así, el hombre persiste en vivir como si no necesitara a Dios, diciéndose “estoy bien sin Él”, y por ello, en su camino, “hay destrucción y sufrimiento”. Ver, hablar y andar en dirección al pecado refleja una depravación total que nos deja con una sola alternativa: ¿qué hacer? El Pastor David Jang concluye: “Solo aférrate a la gracia y a la sangre de Jesucristo”. Ahora bien, antes de llegar a esa gracia, tenemos que disponernos en un “lugar de arrepentimiento” donde confesemos que somos pecadores. Tal como Pablo clamó en Romanos 7:24: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”, solo cuando reconocemos nuestra condición, podemos abrazar el evangelio. Sin ese reconocimiento, el evangelio no puede brillar. El pecado debe verse como pecado para que la gracia se perciba como gracia. Este es el argumento central de Romanos 3:9-20.
Particularmente, las parábolas de Lucas 15 (el hijo pródigo) y Lucas 16 (el rico y Lázaro) ilustran esto de manera clara. El hijo pródigo se aleja de la casa del padre, mas, al final de su miseria, se vuelve a él y recibe salvación. El rico, por su parte, se dedicó a banquetes y vestidos de lujo, ignoró a Lázaro, que yacía hambriento a su puerta, y tras su muerte se consumió en el tormento del infierno, clamando: “Padre Abraham… moja la punta de tu dedo en agua y refresca mi lengua”, e implorando que se advirtiera a sus hermanos para que no llegaran a ese lugar de tormento. Esto muestra de forma dramática cuán funesto es el fin de quien elige el pecado con su mente, peca con su lengua y camina por la senda del mal.
El Pastor David Jang subraya de nuevo la importancia de la “lengua”. Puede convertirse en un medio para difundir la verdad y el bien, o en uno para sembrar el mal. Nuestra lengua puede ser un “carro espiritual” que porta la Palabra de Dios y da vida, o un “fuego encendido por el infierno” capaz de destruir (Stg 3:6). El hecho de que el tormento del rico en el infierno se enfoque en la “sed que quema su lengua” nos lleva a reflexionar sobre la posición central que ocupa la lengua en la relación entre el pecado y la salvación. En conclusión, el primer punto —“toda la humanidad está bajo el pecado”— debe quedar claro para que abramos nuestro corazón a la necesidad de la gracia de Dios y de la salvación.
2. La Ley y la gracia, el camino de la salvación
Romanos 3:19-20 declara: “Pero sabemos que todo lo que la Ley dice, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de Él; porque por medio de la Ley es el conocimiento del pecado”. Aquí, Pablo deja en claro que la Ley no resuelve el problema del pecado. Los judíos se jactaban de poseer la Ley de Dios, y no estaban equivocados en el hecho de que esa Ley proviniera de Dios. Sin embargo, Pablo insiste: “No es por tener la Ley que uno se vuelve justo”. El Pastor David Jang reitera que ni la Ley, ni la razón, ni la moral, ni ningún esfuerzo humano pueden erradicar la raíz del pecado. Según Pablo, lo que cuenta no es el esfuerzo humano, sino la “gracia” a la que nos conduce.
Las funciones principales de la Ley son dos:
- Hacer consciente del pecado (Ro 3:20).
- Restringir el pecado (cf. Gá 3:19).
La Ley muestra lo que es el pecado y lo reprime. No obstante, no lo extirpa de raíz. La raíz del pecado reside en “un corazón separado de Dios”. La soberbia y la oscuridad internas no se curan simplemente cumpliendo los mandatos de la Ley. En Romanos 7, Pablo confiesa que “gracias a la Ley conocí el pecado, pero, al conocerlo más, vi que el pecado se acrecentaba en mí” (cf. Ro 7:8-11). Esta paradoja expresa cuán profunda es la corrupción humana y hasta dónde llegan los límites de la Ley.
Entonces, ¿cuál es la vía de la salvación? A partir de Romanos 3:21, Pablo contesta: “Pero ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios”. La “justicia de Dios” se ha revelado por medio de Jesucristo, y por la fe en esta justicia que se nos “imputa”, somos declarados justos (Ro 3:22). Según el Pastor David Jang, este punto es la esencia de Romanos y de todo el evangelio. La gracia es algo que recibimos “gratuitamente”, no por nuestro mérito o capacidad, sino por la obra de Cristo en la cruz, y la atrapamos por la fe.
Por ello, Pablo declara de forma tajante: “No podemos ser justificados por las obras de la Ley”. Si fuera posible, “alguno podría jactarse”, pero partiendo de la premisa de que toda la humanidad está sujeta al pecado y de que la Ley no puede eliminar el pecado, la salvación solo la hace factible la fe. El Pastor David Jang explica que la fe es la “aceptación” y “confianza” del hombre. La gracia viene enteramente de Dios, pero para que se active en nosotros, debemos responder “Amén” y “Sí”. Esto se manifiesta a través de la predicación del evangelio, la confesión de arrepentimiento y el acto de recibir a Jesús como Señor y Salvador.
El Pastor David Jang menciona Romanos 5:12 en adelante, donde Pablo argumenta que “el pecado entró en el mundo por un solo hombre, Adán, y la salvación llegó por otro hombre, Jesucristo”, para destacar aún más este tema. Tanto judíos como gentiles están bajo el pecado en Adán, pero todos pueden recibir la gracia a través de Cristo. Este principio del evangelio queda establecido ahí.
Sin embargo, una vez salvados, la vida no transcurre sin luchas. El creyente aún vive en un mundo donde el “poder del pecado” opera. Así como Noé se emborrachó tras el diluvio, si el cristiano se descuida, puede caer de nuevo. Por eso, tras exponer la justificación (capítulos 3-5), Pablo describe la santificación (capítulos 6-7) y, más tarde, la glorificación (capítulo 8). El Pastor David Jang resume: “La justificación es el inicio de la salvación, la santificación es su proceso y la glorificación, su culminación”. A lo largo de todo ese camino, dependemos de la gracia de Jesucristo y la ayuda del Espíritu Santo.
La profecía de Génesis 49 sobre “lavar las vestiduras en vino” también alude a la futura expiación en Cristo, al tiempo que recuerda que incluso los salvos deben persistir en “lavar” sus ropas espirituales. Según Apocalipsis 22:14, “bienaventurados los que lavan sus ropas”. No son aquellos que carecen por completo de pecado, sino quienes confiesan y se arrepienten continuamente, esforzándose por ser lavados en la sangre de Jesús. Algunas iglesias defienden que no es necesario hablar de pecado una vez hemos sido salvados, o que ya no se necesita la parte del Padrenuestro que pide “perdón por nuestras deudas”. Sin embargo, esa posición entra en contradicción con la esencia bíblica de la salvación, la santificación y el arrepentimiento. El Pastor David Jang recalca que “el creyente ha de vivir siempre con un corazón humilde que clame ‘Señor, ten misericordia de mí’”. Tal es la actitud sincera de quien ha tomado conciencia de su pecado.
En caso de que el hombre minimice la gravedad del pecado, no debe sorprenderle que de nuevo encuentre “destrucción y sufrimiento” en su camino. Al igual que la humanidad, tras el diluvio, se ensoberbeció y construyó la torre de Babel, corremos el peligro de olvidar la gracia y volver a la idea de “mi vida es mía”. Por eso la frase “hay destrucción y sufrimiento en ese camino” actúa como una señal de alarma. El Pastor David Jang aclara que la expresión “destrucción y sufrimiento” no se limita a aflicciones físicas, sino que se refiere a la “ruina espiritual y el sufrimiento esencial” que sufre el alma separada de Dios. Dado que el hombre no puede mantener la vida sin Dios y fue creado para encontrar paz (shalom) únicamente en Cristo, no hay sino desolación y desesperanza cuando se aleja de Él.
La advertencia que Santiago 3 hace acerca de la lengua, por su parte, se enfoca en quienes, habiendo sido salvos, siguen caminando y necesitan mantenerse alertas. “La lengua es un fuego, un mundo de maldad” (Stg 3:6) subraya cuánto daño puede causar si se usa mal. Pero, a la vez, la lengua puede ser un instrumento que difunda el evangelio de Dios y dé vida. El Pastor David Jang señala que al comparar Romanos 3 con Santiago 3, nos damos cuenta de cómo la “lengua del hombre bajo pecado” debe transformarse en la “lengua del hombre bajo la gracia”. Incluso en la iglesia, a menudo nos lastimamos con palabras. A veces la violencia verbal causa un daño más profundo que la violencia física. Por tanto, el cristiano que ha recibido la salvación debe anhelar una “lengua nueva”. Esta renovación no consiste en ceñirse a la Ley, sino en obedecer el “mandamiento nuevo” de Jesús: “Amaos los unos a los otros”.
Finalmente, la esencia del evangelio que Pablo presenta a partir de Romanos 3:21 es “la justicia de Dios fuera de la Ley”, consumada mediante la obra expiatoria de Jesucristo. El Pastor David Jang enfatiza aquí la médula de la doctrina de la salvación. Pablo, después de haber denunciado minuciosamente el pecado en los capítulos 2 y 3, introduce la idea de la “gracia en lugar de la Ley” porque nadie puede cumplir la Ley a la perfección ni abordar el pecado del corazón. Jesús intensificó la Ley relacionada con el asesinato, extendiéndola al interior del corazón: “cualquiera que se enoje contra su hermano” ya es culpable, y también redefinió el adulterio diciendo que “cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró en su corazón”. Con esto se demuestra que la raíz del pecado está en el corazón.
Por consiguiente, la salvación no viene de una “corrección externa” que ofrece la Ley, sino del “nacimiento nuevo” y la “expiación” logrados por la sangre de Jesucristo y la obra del Espíritu Santo que renueva el corazón. El Pastor David Jang recuerda que este proceso debe incluir la “confesión de culpabilidad” ante Dios. En Romanos 7, Pablo afirma “¡Miserable de mí!”, y solo así puede exclamar: “Doy gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Ro 7:25). Ese es el patrón que se repite en la vida de fe: reconocemos nuestro pecado, volvemos a Jesús, recibimos perdón y poder, y poco a poco avanzamos en santidad.
La frase “hay destrucción y sufrimiento en ese camino” describe el destino del que vive sin Dios, pero al mismo tiempo es una invitación de Dios a “volver de ese camino”. El rico que aparece en la parábola de Lucas 16 disfrutó de placeres en vida, pero tras morir no pudo recibir ni una gota de agua. El hijo pródigo de Lucas 15, en cambio, regresó a casa antes de que fuese demasiado tarde y halló restauración. El Pastor David Jang concluye que “mientras tengamos aliento, existe la oportunidad de arrepentirnos y regresar al Padre; ese es el poder del evangelio”.
Por ello, los puntos principales para comprender la Ley y la gracia, y el camino de la salvación, son los siguientes:
- La Ley es un valioso obsequio de Dios, pero en sí misma no tiene poder para salvar.
- La Ley nos expone el pecado. Para liberarnos del peso de la culpa, debemos ver la “justicia de Dios” en Cristo, única solución para el pecado.
- Incluso después de ser justificados por la fe, la lucha contra el pecado continúa. Por eso debemos “lavar nuestras ropas en vino” (símbolo de Gn 49:11), buscar la guía del Espíritu Santo y esforzarnos por santificar nuestros “ojos”, “lengua” y “pasos” cada día.
- Solo el Espíritu de Dios hace todo esto posible. Con un corazón humilde que ora “Señor, ten misericordia de mí”, debemos comparecer ante Él.
El Pastor David Jang insta a la iglesia a que, al abordar la enseñanza sobre el pecado en Romanos 3, no se limite a descubrir su propia maldad, sino que también se compadezca de las almas que la rodean y comunique el evangelio a los que sufren. Con la lengua debemos “proclamar las Buenas Nuevas de salvación”, con nuestros pasos debemos avanzar “hacia el servicio y la entrega que ejemplificó Jesús”, y con los ojos debemos contemplar la “visión espiritual que Dios revela”. Aunque la naturaleza pecaminosa de la humanidad sea profunda, la cruz y la resurrección de Cristo son más poderosas. Gracias a ello, Pablo puede proclamar con confianza: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Ro 8:1). En esa misma esperanza descansamos nosotros.
En conclusión, Romanos 3:9-20 nos enseña que “judíos y gentiles están todos bajo pecado” y expone con detalle la esencia y consecuencias funestas de éste. La expresión “hay destrucción y sufrimiento en ese camino” revela cuán trágico es el final de quien da la espalda a Dios. El Pastor David Jang repite la advertencia: incluso los creyentes “no somos mejores” (Ro 3:9). Nos exhorta a volver cada día a la gracia y a no confiarnos en que “ya somos justos”. La Ley nos ayuda a ver el pecado, pero nadie puede cumplirla para justificarse. Por ello dependemos solo de la justicia de Dios, revelada en el sacrificio y la resurrección de Jesucristo. Esta gracia, una vez recibida, transforma nuestro corazón, nuestras palabras y nuestras acciones, y nos aleja de la senda de “destrucción y sufrimiento” para llevarnos a la “paz (shalom)”. Se trata de un camino imposible de alcanzar con sabiduría o fuerza humanas, pero plenamente posible por la acción del Espíritu Santo y el amor de Cristo.
El Pastor David Jang concluye que, en nuestro tiempo, la iglesia debería abandonar la postura de “condenar solamente el pecado ajeno” y, en su lugar, asumir el “arrepentimiento personal” que conduzca a una renovación espiritual. Al mismo tiempo, debemos dedicarnos a salvar a nuestros hermanos, comunicar vida al mundo mediante la Palabra (lengua), servir (pasos) y contemplar a Dios (ojos). Cuando ese compromiso se restaure, la obra salvadora de Dios rebosará en individuos y congregaciones, poniéndonos en la vía de la “paz y el gozo” en lugar de la “destrucción y el sufrimiento”.
En síntesis, Romanos 3:9-20, al describir la realidad del pecado humano y su terrible desenlace, nos llama a “abandonar ese camino y regresar a la senda de la gracia”. El mensaje del Pastor David Jang se hace eco de esta misma invitación. “Incluso después de la salvación, sigamos reconociendo que no estamos plenamente libres del pecado y acerquémonos cada día a la cruz para ser lavados por la sangre de Cristo. Así, y solo así, dejaremos de estar bajo el dominio del pecado para vivir bajo el señorío y la gracia de Dios, y podremos recorrer el camino de la ‘gloria y esperanza’ en lugar de la ‘destrucción y el sufrimiento’”. Este es el mensaje fundamental que transmite el pasaje y la clave para entender la Ley y la gracia, así como el pecado y la salvación.